Cuando
se es una persona libre de ataduras y con unas inequívocas ganas de disfrutar
de la vida (alcohol, risas, música, sexo), asistir a un cursillo veraniego en
la localidad malagueña de Ronda se puede convertir en la excusa perfecta para
vivir unas jornadas de disfrute e incluso de desmadre. En la novela Noche de
ronda, de Antonio Linde (Sial Pigmalión, 2022), el protagonista de ese
desmadre se llama Alejandro Soler, un doctor en Filosofía de cuarenta años que,
tras unos años de destino en la Consejería de Educación, ha decidido volver al
campo de batalla del instituto. Pero, antes, decide participar en el curso
“Medios de comunicación y su influencia en la sociedad y la economía del nuevo
milenio”, que se celebra en julio de 2000. Allí asistirá a soporíferas
ponencias perpetradas por especialistas en la materia; participará en largas
sesiones etílicas por las noches; contemplará gamberradas impropias de adultos
(intentan arrojar a un compañero por un precipicio) y compartirá con Mónica una
sesión de sexo de alto voltaje. Al despedirse, ni siquiera se sentirá obligado
a facilitar a los compañeros su auténtico número telefónico. Lo que sucede en
Ronda, se queda en Ronda.
Pero
la fotografía y la ambición son tozudas, y he aquí que, veinte años después,
dos de los asistentes a aquel curso recibirán cartas de chantaje donde se les
comunica que unas imágenes harto bochornosas que obran en poder del autor de
las cartas pueden convertirse en el final de sus carreras profesionales… salvo
que paguen un precio por ellas.
Con
dos partes muy claramente diferenciadas (en el argumento y también en el tono
narrativo), el jienense Antonio Linde nos entrega una novela bienhumorada y fresca,
donde los acontecimientos (como diría Baroja) marchan al galope; y que, en sus
páginas finales, dibuja un rizo elegante e irónico.
Pasarán una tarde muy divertida con ella.
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