Abordo hoy una reseña melancólica, porque he releído, casi cuarenta años después de mi primera aproximación, En castellano, un libro de Blas de Otero que me encandiló y me golpeó en mi juventud. Y me ha sonado viejo, deslucido y precario. Conserva, claro que sí, detalles hermosos, como esa sencilla poética que se codifica en dos palabras (“Escribo / hablando”); como esos epitafios terribles que resumen la reciente historia de su país (“Aquí yace / media España. / Murió de la otra media”); como algunos retratos urbanos (por ejemplo, el poema ‘Muy lejos’); como su indignación civil (“Voy a protestar, estoy protestando desde hace mucho tiempo; / me duele tanto el dolor que a veces / pego saltos en mitad de la calle”); o como algunas estrofas que resuenan poderosas (“Aquí tenéis mi voz / Alzada contra el cielo de los dioses absu
rdos,
/ mi voz apedreando las puertas de la muerte / con cantos que son duras
verdades como puños”). Pero el aroma general, que yo recordaba potente,
dominador, imperial, ahora se me antoja inequívocamente envejecido, quizá
porque se trataba de unos versos que se anclaban demasiado en su contexto
histórico y que, recreándose en los juegos de palabras (esa nieve que cae “poco
a copo”) y en poemas sin puntuación, no logra, sin embargo, alzarse en mi
opinión hasta el trono de lo imperecedero. Es una poesía (ay) oxidada. Una
poesía en la que intuimos (o recordamos) belleza antigua, como la que podemos
descubrir entre los pliegues faciales de una anciana; pero que ya no ejerce sobre
nosotros su influjo lírico. Es arqueología. Necesaria en su momento, urgente en
su momento, vibrante en su momento; pero ya fosilizada y roma.
Cierro el libro con un profundo respeto, con una profunda melancolía y con una profunda pena.
1 comentario:
Compartimos edición... y criterio.
Blas de Otero es uno de los mejores poetas de la historia de la lengua española, sobre todo por su primera época (recogida en "Ancia"). Con "Pido la paz y la palabra" (también un libro notable) empezó su giro social y eso, como poeta, lo destruyó. Se empeñó en "escribir para la inmensa mayoría", cosa que es imposible. Salvo contadísimos poemas de "Que trata de España" lo que escribió después sólo merece la cortesía del respeto.
De ese libro que apuntas, el primer poema, sin título (y que estilísticamente pertenece, más bien, a su primera etapa) es extraordinario.
Un saludo.
Pedro Ugarte
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