Me
apetecía enriquecer las lecturas navideñas con Dionisia García y he acudido a
los aforismos que concibió durante el período comprendido entre 1993 y 2003 y
que se encuentran reunidos en el volumen Voces detenidas. Aquí descubro las
alígeras ramas de un árbol frondoso y lúcido, en el que crecen todo tipo de
hojas, flores y frutos, que han embriagado mi vista y mi paladar. Con pocas
pero recortadas palabras, la escritora reflexiona sobre la insensatez de la
violencia humana (“La guerra debería ser impedimento para seguir hablando de
otras cosas”); las aritméticas accesorias que nos hemos impuesto como especie
(“Qué obsesión de estadística, cuando sólo importa que somos uno”); la ceguera
avariciosa de nuestro espíritu, siempre insatisfecho con las posesiones de las
que disfruta (“Vivimos de milagro, y todavía nos parece poco”); o el secreto
misterioso que escondemos en nuestro interior, y que solamente con paciencia y
silencio descubrimos (“A pesar de las dificultades para conseguirlo, ya sé cómo
soy, pero no piensen ustedes que lo voy a contar”).
A
diferencia de otros volúmenes de aforismos que he tenido la oportunidad de
leer, en este de Dionisia García no creo que la búsqueda de la brillantez
formal o de las paradojas se encuentre en la primera línea de sus intereses.
Por el contrario, late de continuo en sus páginas la sensación de que la
escritora persigue las grandes verdades sencillas, decantadas por la
observación y el tiempo: la memoria tranquila del ayer, que más que contemplado
con melancolía amarga parece observado con serena placidez (“¿Quién recuerda la
última noche de la juventud?”); las reflexiones sobre Dios, el universo, la
amistad o la vida humana; o la inclusión de pequeñas secuencias que, en mi
opinión, participan del espíritu de los microrrelatos (“La bailarina salió del
teatro al amanecer con una sola zapatilla”).
Anota la escritora, en el aforismo 86 de la sección “La mirada insistente”, estas palabras luminosas: “A pesar de los infortunios, antes de morir aplaudiré por haber vivido”. Sus lectores, sin duda, aplaudiremos también porque Dionisia García haya vivido y porque haya tenido la generosidad de mostrarnos sus obras.
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