Buck
vive una existencia placentera en la hacienda del juez Miller: pasea, toma el
sol, se enfada con los mimados Toots e Ysabel, juega con los hijos del juez…
Pero su problema es que es un perro (hijo de un san Bernardo y una Collie
escocesa) y que, con el estallido de la fiebre del oro, todos necesitan un
animal fuerte y de buen pelaje, con el que adentrarse en las tierras del norte.
Así que la perspectiva de obtener una buena suma por él hace que el jardinero
de la casa lo secuestre y lo venda a unos expedicionarios. A partir de
entonces, comienza para Buck una agria aventura que lo hará recibir castigos
físicos, experimentar el hambre y el frío extremos y, en suma, retroceder hasta
la condición brutal de sus ancestros, que tenían que luchar, engañar, robar o
matar despiadadamente para sobrevivir. Tras pasar por las manos codiciosas o
estúpidas de unos buscadores de oro, del servicio de correos y de un trío de
novatos imbéciles y crueles que lo llevan al límite de la extenuación, conoce
por fin a John Thornton, quien lo acoge con todo el afecto del mundo.
Pero
cuando podríamos pensar, como lectores, que ese encuentro se convierte en una
especie de meta o de reposo para Buck descubrimos la verdad, que es mucho más
inquietante: el perro comienza a escuchar en su cabeza la llamada de lo
salvaje, el aullido ancestral de la especie, que lo lleva a convertirse en una
bestia primigenia: mata ardillas y otros animales para alimentarse; e incluso
se atreve a acosar durante varios días, para finalmente acabar con él, a un
viejo alce herido. Desde ese momento, Buck retrocede vertiginoso hasta la
aurora inicial: se une a una manada de lobos (de los que se convierte en
cabecilla tras un sangriento choque con sus miembros principales) y se
convierte en una leyenda misteriosa entre los indios yeehats, que son quienes
habitan la zona.
Con
muchos episodios de poderosa fuerza narrativa (me quedo con el momento en que
Thornton engancha al perro para que arrastre un trineo cargado con mil libras
de peso y le haga ganar una apuesta; y con esos instantes en los que Buck
intuye a los viejos y peludos homínidos con quienes su especie se empezó a
relacionar hace miles de años), La llamada de lo salvaje es un hermoso y
duro relato que no ha perdido ni un miligramo de intensidad o de interés.
Magnífico.
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