Son
cuatro personas de alto nivel económico y social, que viven en Cataluña durante
los primeros años de la democracia: Carlota es dueña de una importante tienda
de antigüedades y está casada con Luis; Esteban (a quien todos conocen más bien
por su apellido, Modolell) es arquitecto y está casado con Pepa. Un tiempo
atrás, en 1977, conocieron durante un viaje a Luksor a Ventós, diez años mayor
que ellos, quien desde entonces se convirtió en su amigo. Ahora, como un
mazazo, la desgracia se abate sobre el grupo: Carlota ha aparecido ahogada, con
un disfraz similar al de la Ofelia shakespeareana, y todos los indicios apuntan
a un asesinato (en sus pulmones se ha encontrado agua jabonosa de bañera). Para
redondear el estupor, las investigaciones revelan que estaba embarazada.
A
partir del descubrimiento del cadáver, se activa un proceso de investigación
del que se ocupa el inspector Dávila, quien comienza la ronda de
interrogatorios: el marido es el principal sospechoso, pero cuando este
manifiesta su ignorancia sobre el embarazo de su esposa, Dávila valora más bien
la posibilidad de que el crimen lo haya cometido el presunto amante. Y todo se
va enrareciendo de forma paulatina: un personaje que manifiesta su odio por
Carlota, un personaje que se suicida, un personaje que esconde un secreto…
Todos participan de un cuadro en el que nada es lo que parece, y en el que
verdades y mentiras se van entrelazando constantemente. Sólo al final de la
narración terminaremos de unir todos los hilos y alcanzaremos la solución del
enigma.
Con eficacia sintética (y con la habitual brillantez de su prosa), Manuel Vázquez Montalbán coloca sus fichas de ajedrez sobre el tablero y nos propone una partida inteligente y sutil. Aceptemos el reto.
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