Retorno
a las lamentaciones exiliadas de Ovidio que, como pude documentar con la
lectura de Tristes, vivió sus últimos nueve años afligido por el
destierro que para él decretó el emperador romano. En el Ponto, rodeado por los
salvajes getas y sármatas, bebiendo un agua de sabor desagradable, rodeado por
un frío hostil y unos pueblos que ignoraban su lengua y que mostraban
costumbres brutales, el poeta latino se dedica, en esta especie de prolongación
o segunda parte de la obra mencionada, a seguir escribiendo a sus amigos, a sus
familiares y a su esposa, con el ruego (o la exigencia velada) de que
intercedan por él ante el César.
Cada
vez más erosionado por la cruda realidad de su entorno, Ovidio recurre a todos
los mecanismos retóricos y emocionales para fijar las dimensiones de su drama:
el acto de contrición (“Yo me arrepiento; si se puede confiar algo en un
desgraciado, me arrepiento, y yo mismo me atormento por lo que he hecho”), la
humildad extrema (“Yo soy aquel que en vano desea ser piedra”), la
desesperación (“Con frecuencia invoco la muerte”) o la hipérbole casi sacrílega
(“Los dioses están atentos para que nada amable me suceda”). Incansable, aunque
quizá cada vez más cansado, Ovidio repite una y mil veces a sus interlocutores
que aboguen por él, que repitan ante el emperador su pequeña súplica (ser
trasladado algo más cerca de Roma, aunque no sea perdonado). Y ese círculo de
imploraciones, que al principio se ceñía a los amigos más cercanos, se ensancha
poco a poco hasta los amigos de segunda fila, e incluso a aquellos que,
habiendo mantenido un trato más bien alejado de él, ahora se encuentran en una
situación de poder. Al mismo tiempo, es curioso observar cómo la relación con
su esposa parece resentirse con los años, porque Ovidio juzga que no está
resultando demasiado empática o activa (en el libro III la define como “tan
fiel como tímida y poco emprendedora”).
Como fruto de su insistencia, Ovidio obtuvo el vacío. Jamás fue perdonado. Su última respiración se produjo en Tomis, el 17 de marzo del año 17 d.C. De nada sirvió la poesía contra la terquedad o la saña del poderoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario