Descubro
con agrado el libro WhatsApp después de la muerte, de Javier Arizaleta
(Lekla Ediciones), que me ha provocado ese placer tan sencillo, tan primigenio
y tan gratificante de encontrar a un narrador que quiere contarnos una serie de
historias, sin que los oropeles del lenguaje o el alambicamiento de la sintaxis
nos distraigan. En sus páginas domina una oralidad tranquila, coloquial; y,
sobre cualquier otra cosa, el tono que emplearía un amigo para
trasladarnos un suceso que desconocemos y que, en su opinión, nos puede
entretener o interesar.
Abriendo
el volumen nos adentramos ya en el relato que da título al mismo, en el que una
confusión de destinatarios en los extremos de una comunicación telefónica
terminará generando un hermoso vínculo entre dos seres que sufren y que
encuentran en esta relación un lenitivo para sus padecimientos. Después nos
informa sobre la sorprendente situación que vive un divorciado cuando consigue
su nueva vivienda (“Se alquila”); sobre los divertidos juegos que vinculan a un
padre con sus hijos (“¿Contamos?”); sobre la arrebatadora historia de amor que
surge en la vida de un novelista (“El último capítulo”); sobre las inocentes
pero irregulares prácticas que se desarrollan en el apartado de defunciones del
Registro Civil (“Cinco minutos”); sobre la originalísima y surrealista idea de
vincular los mundos de la música y de la poesía, con la CIA de por medio (“Los
del 27”); o, entre otras historias, sobre las ventajas que se derivan de un
oportuno cambio de casa (“Mudanzas”).
Y
qué contarles del último escrito del tomo, dirigido a su fallecido padre (“Lo
que te diría”). Mejor no les digo nada, pero les invito a que visiten el libro
cuando antes y se emocionen con él.
Un primer libro que deja estupendo sabor de boca.
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