En
su obra El triciclo (que leí en 1987, mientras estudiaba en la
universidad de Murcia, y que releo treinta y cinco años después), el melillense
Fernando Arrabal ejecuta un asesinato sin malicia, justificado por la vital
necesidad que tienen los pobres protagonistas de mantener a toda costa su
vehículo. “El hombre de los billetes”, exterior a su candoroso reducto, va a
ser la víctima que los va a salvar de la ruina con su inmolación. “Los
policías”, igualmente exteriores, serán la mano que los condene y ejecute, la
mano que simboliza a una sociedad más vasta, más cruel y más injusta. ¿Por qué
todos los elementos represores actúan así contra ellos? “Porque pueden”,
sentencia Apal, un personaje que solamente duerme, tal vez hastiado de conocer
a la perfección los mecanismos del engranaje. En esas dos palabras se esconde
una crítica ronca, desangelada y abatida. “Nos quitarán el triciclo”,
podría servir como resumen brutal de la pieza, la asunción dolorida de que les
van a arrebatar su modo de subsistencia, su ilusionado mundo.
Cuántas
cosas dice Arrabal en pocas páginas.
Cuánta
madurez fatigada, escondida bajo un argumento con toques infantiles.
Tengo que seguir explorando sus obras.
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