Catilina
se encuentra desencantado con el actual estado de Roma, a la que juzga una
república podrida, donde todo se compra y se vende, sin atisbo de justicia o de
integridad. Y eso le hace sufrir (“Soy aquel cuyo corazón no alienta sino por
la libertad, el enemigo declarado de toda injusticia, el amigo de los débiles y
los oprimidos; soy, en fin, el hombre que se agota en ansias de derribar a los
poderosos de hoy”, acto I). El descontento, según se advierte de inmediato, no
es privativo suyo: son varios los ancianos y poderosos que buscan, para
remediar ese dislate “un jefe voluntarioso, inteligente y astuto”, que se
convierta en el cabecilla de la necesaria rebelión. Podría ser Catilina.
Este,
casado felizmente con Aurelia, se ha enamorado también de la vestal Furia,
quien le propone que huyan juntos de Roma (“¡Quien sea libre, tendrá su patria
en todas partes!”, acto I), aunque termina arrepintiéndose al descubrir que fue
Catilina quien deshonró a su hermana y la empujó hacia el suicidio. A partir de
ese instante, le declara odio eterno.
También
su esposa Aurelia le pide que se vayan de Roma, pero Catilina confiesa que ha
vendido las propiedades familiares para comprar votos y entrar en el Senado. Lo
único que pueden hacer es desterrarse a la Galia y vivir allí como unos simples
labradores, sin más esplendor que el derivado de los recuerdos. No obstante,
las voces que claman para que Catilina se convierta en su dirigente son cada
vez más acusadas y su voluntad flaquea.
Repárese
de forma especial en los diálogos que mantienen el protagonista y su esposa,
así como en la secuencia del tercer acto en la que, en paralelo, Furia y
Aurelia nos narran el feroz combate que Catilina entabla contra las tropas del
emperador: auténticos prodigios de penetración psicológica y de tensión
escénica.
Catilina (que vio la luz por primera vez, autoeditada, en 1850, con el seudónimo de Brynjolf Bjarme; y que yo leo en la traducción de Else Wasteson para Aguilar) es una interesante e inteligente reflexión sobre los meandros de la ambición humana, sobre el sentido del deber y sobre el poder del amor, que Henrik Ibsen convierte en una pieza teatral de indiscutible grandeza.
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