domingo, 30 de octubre de 2022

La Casa Rosmer

 


Beate, la desequilibrada esposa del reverendo Rosmer, se suicidó ante un tiempo; y desde entonces todo parece haberse enrarecido a su alrededor: la asistenta Rebekka no termina de encontrar su nuevo papel en la casa, ahora que la señora no está; el rector Kroll (amigo íntimo de Rosmer) se muestra inquieto por los rumores que circulan alrededor de la nueva situación doméstica del reverendo; y por el pueblo cunden las ideas progresistas (encabezadas por Mortensgård), que tienen a los poderosos “de toda la vida” sumamente alterados. Con esos mimbres iniciales, el noruego Henrik Ibsen hace que comience a funcionar su drama La Casa Rosmer, que leo en la traducción de Cristina Gómez-Baggethun para el sello Nórdica. Y si el punto de arranque es delicado, mucho más delicados y cenagosos se volverán los hechos a las pocas páginas, porque los lectores nos convertimos en dianas sobre las que el autor dispara sus certeras flechas: ¿qué motivó realmente el suicidio de Beate? ¿Qué extraños episodios de su pasado oculta Rebekka desde que llegó a la casa? ¿Qué siente en verdad el reverendo Rosmer por esa mujer, justo cuando se plantea apostatar de su fe religiosa? ¿Qué papel jugarán Kroll y el resto de sus amigos en el futuro de Johannes Rosmer, cuando manifieste su deseo de sumarse a las huestes progresistas que desean cambiar la mentalidad del pueblo? Y, de fondo, unos misteriosos y fantasmales caballos blancos que anuncian la muerte.

Siempre eficacísimo a la hora de provocar la inquietud en el lector, Henrik Ibsen despliega una trama en la que los remordimientos de conciencia, las medias verdades, las ideologías rancias y la tortura de los espíritus van conformando una historia llena de meandros y tinieblas, que se resuelve de un modo inesperado.

Qué delicia de autor. Qué dominio de los resortes dramáticos y psicológicos. Qué brillantez en los diálogos. Espléndido.

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