A
punto de entrar el otoño, nos sorprendía el activo sello M.A.R. Editor con la
publicación de los Cuentos completos de Francisco Javier Illán vivas,
que van precedidos de un elogioso prólogo de Luis Alberto de Cuenca. Y, en
ellos, como no podía ser de otra forma, los lectores habituales del escritor de
Molina de Segura descubrimos el universo narrativo que lo caracteriza, lleno de
todo tipo de ingredientes seductores: el humor (“La fiesta de cumpleaños”); el
horror (“La isla”); los espacios inquietantes (“La casa de mi madre”)… Pero
creo que debemos afinar nuestra mirada y no dejarnos engañar con las cortinas
de humo que Paco Illán Vivas despliega en sus páginas: detrás (o debajo) de esos
ambientes de pesadilla, de los aromas mefíticos que invaden las fosas nasales
de sus protagonistas, de los aviones que no llegan a su destino, de las
criaturas gelatinosas que perforan las tinieblas de sus caserones oscuros, de
los vientos de locura y los ídolos de expresión impenetrable, de las extrañas
fiestas nativas, de las espadas que parecen llamarnos con una voz antigua, de los
viejos libros que parecen lastrados por una mancha oscura, del alcohol como un
mecanismo de camuflaje o defensa, late una mirada sensible, la mirada de
alguien que ha sufrido y que quiere convertir en palabras su dolor, para que
los demás podamos compartirlo y, quizá, entenderlo.
Tampoco
debemos dejar que nos despiste la incorporación de abundantes elementos
culturales (literarios, musicales, cinematográficos o pictóricos), que el autor
borda sobre el tapiz de sus cuentos. Si los enumerásemos (Umberto Eco,
Lovecraft, Bizet, Simenon, Swift, la Biblia, el Corán, Agatha Christie, Cary
Grant, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Aldous Huxley, John Cage, Antonio
Machado, Miguel Hernández, The Big Bang Theory, Gerardo Diego…), el
lector podría llegar a conclusiones erróneas, porque el autor de estas páginas
los introduce como pinceladas necesarias en el corpus narrativo, y no como
adiciones pedantes. Forman parte del paisaje interior de Illán Vivas, al
igual que San Pedro del Pinatar, Molina de Segura, La Alcayna, Alcantarilla o
Torrevieja (citadas en varios de los relatos) conforman el artesonado de su paisaje
exterior.
Acudan los lectores sin miedo (aunque dispuestos a pasar miedo) a estas variadas narraciones, que se van adelgazando conforme avanzamos hacia el final del tomo, hasta desembocar en un delta de microrrelatos muy llamativos. Conocerán así la auténtica valía literaria de Paco Illán.
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