Todos los
seres humanos nos encontramos heridos por alguna lastimadura. Que vivamos y
sonriamos no es sino la demostración fehaciente de que somos capaces de
sobreponernos a sus manifestaciones externas, pero no significa que no la
sintamos, a veces a diario, desgarrándonos por dentro. En este contundente
volumen de relatos de Santiago Casero, que mereció el XIX premio Manuel Llano
en el año 2016, todos sus protagonistas son ejemplos vivos de esa realidad.
Unos son
huérfanos que, tras la desaparición del padre, han ido derivando hacia un odio
brusco e irreversible, que los aísla en sus habitaciones y que los pudre de eficaz
manera; otros son compañeros y amigos que se reúnen para disputar unos
improvisados partidos de fútbol, mientras la barbarie dictatorial va mermando
el número de integrantes de los equipos, día tras día; otros son campesinos que
perdieron a una hija durante la niñez y que ahora contemplan a una prostituta
de su edad, que busca refugio en medio de la tormenta; otros han perdido a su
esposa o son víctimas de un divorcio triste y traumático, que los ha dejado en
una soledad sahariana; otros, tratan de deshacerse de unos gatos que tienen
tiña y que han transmitido la fea enfermedad a sus hijos; otros viajan en tren
para acudir al velatorio de su padre, fallecido de forma inesperada.
Todas esas
vidas ostentan llagas que las brillantes pupilas de Santiago Casero nos ponen
ante los ojos, para que contemplemos con piedad el espectáculo (habla Balzac)
de la comedia humana: las lágrimas que se ocultan con pudor, los dolores
secretos, las fístulas invisibles, los traumas maquillados, el fracaso anónimo.
Y, sobre todo, lo hace con una envoltura literaria de primera orden, que es lo
más digno de aplauso del tomo. Seguiré frecuentando sus siguientes obras, no me
cabe duda.
1 comentario:
Cómo me gustan los secretos familiares...😉💋
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