Sólo hay
dos mujeres en escena, sentadas ante una mesa del café. La señora X, que
trabaja como actriz, está casada con Bob, es madre del pequeño Eskil y toma una
taza de chocolate; y la señora Y (luego descubriremos que se llama Amelia), que
también actriz y que permanece soltera. Pero no vamos a asistir a un diálogo
entre ellas, sino a un ciclotímico monólogo de la primera, que vuelve de
comprar los regalos navideños y se ha detenido a charlar con su antigua
compañera de trabajo. Entre pequeñas fruslerías (como enseñarle la muñeca que
ha comprado, o las zapatillas que le piensa regalar a su marido), el tono de su
discurso irá tiñéndose de amargura, de reproche y de acusación, cuando pase de
compadecer a Amelia (por no tener familia y pasar la Nochebuena sola) a echarle
en cara la presunta amorosa influencia que ejerció en el pasado sobre Bob.
Ese
rencor sordo, salpicado de celos y recriminaciones, no se moderará ni para
permitir que Amelia se defienda. No hace falta que lo haga. Sí, su marido quizá
sintió algo por ella, y mil pequeños detalles se lo han ido revelando con el
paso del tiempo, pero ahora ella es la triunfadora, la que ha conseguido
quedárselo, la más fuerte. Y, ante esa evidencia, la muda oyente no puede hacer
más que tragar saliva y aceptar la derrota, que la señora X le verterá como un
ácido sobre la cabeza.
Pieza
breve, intensa, de odios enquistados y celos mal digeridos, este drama de
August Strindberg contiene todo el veneno que un alma puede atesorar contra la
persona que ha manchado su vida, convirtiéndola en un infierno apenas coloreado
por el maquillaje de la amnesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario