sábado, 23 de mayo de 2020

La más fuerte




Sólo hay dos mujeres en escena, sentadas ante una mesa del café. La señora X, que trabaja como actriz, está casada con Bob, es madre del pequeño Eskil y toma una taza de chocolate; y la señora Y (luego descubriremos que se llama Amelia), que también actriz y que permanece soltera. Pero no vamos a asistir a un diálogo entre ellas, sino a un ciclotímico monólogo de la primera, que vuelve de comprar los regalos navideños y se ha detenido a charlar con su antigua compañera de trabajo. Entre pequeñas fruslerías (como enseñarle la muñeca que ha comprado, o las zapatillas que le piensa regalar a su marido), el tono de su discurso irá tiñéndose de amargura, de reproche y de acusación, cuando pase de compadecer a Amelia (por no tener familia y pasar la Nochebuena sola) a echarle en cara la presunta amorosa influencia que ejerció en el pasado sobre Bob.
Ese rencor sordo, salpicado de celos y recriminaciones, no se moderará ni para permitir que Amelia se defienda. No hace falta que lo haga. Sí, su marido quizá sintió algo por ella, y mil pequeños detalles se lo han ido revelando con el paso del tiempo, pero ahora ella es la triunfadora, la que ha conseguido quedárselo, la más fuerte. Y, ante esa evidencia, la muda oyente no puede hacer más que tragar saliva y aceptar la derrota, que la señora X le verterá como un ácido sobre la cabeza.
Pieza breve, intensa, de odios enquistados y celos mal digeridos, este drama de August Strindberg contiene todo el veneno que un alma puede atesorar contra la persona que ha manchado su vida, convirtiéndola en un infierno apenas coloreado por el maquillaje de la amnesia.

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