martes, 19 de mayo de 2020

El Cid




Rodrigo Díaz de Vivar, como figura histórica, ha servido de fuente de inspiración para múltiples creadores, tanto dentro como fuera de España. Y uno de los que tributaron homenaje a su figura fue Pierre Corneille, excelso dramaturgo francés que le dedicó su obra El Cid (inspirada en la producción anterior de Guillén de Castro), que leo en la bella traducción en verso de Carlos R. de Dampierre.
Asistimos durante su magnético desarrollo a un drama complejo desde el punto de vista psicológico: Rodrigo es obligado por su padre a vengar una afrenta que ha sufrido por parte del padre de Jimena. Si ejecuta la venganza, conservará su honra… pero perderá el amor de la dama; si se niega, perderá el respeto de su padre, el honor familiar y, posiblemente, también el amor de Jimena, quien no querrá unir su vida a la de alguien deshonrado. Haga lo que haga, el Cid pierde. Pero es que, una vez cumplida la acción, será Jimena quien quede desmembrada por los caballos de la duda: si perdona a Rodrigo, entrega su corazón al asesino de su padre, lo cual se le antoja monstruosidad inadmisible; y si no lo perdona, pierde al amor de su vida, desmoronándose el sentido de su respiración.
Los demás personajes de este drama íntimo (la Infanta enamorada del Cid, pero dispuesta a renunciar a él; don Sancho, que ama a Jimena pero se resigna a que el pecho de la dama sólo palpite por su rival; don Diego, iracundo y chapado a la antigua; el rey, que vacila sobre la decisión que debe tomar cuando se le pide que imparta justicia) actúan como decorado perfecto para que compartamos, también nosotros, la duda. ¿Qué haríamos, si fuéramos uno de los torturados protagonistas?
Bellísima en su formulación y traducida con una elegancia soberana, esta pieza se lee para no olvidarla. Tal es su fuerza expresiva.

2 comentarios:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Gané mi primer Certamen literario estando en el instituto, en donde escribí una versión moderna del poema de mío Cid, no sé si será por eso pero siento una irresistible atracción hacia el personaje, así que este libro, ya ves, a la saca que va 😅💋

Juan Carlos dijo...

Hola, Rubén:
Tu reseña me ha retrotraído muy atrás en mi vida, concretamente a mis años de estudio en la Facultad cuando debía leer en francés las obras de los grandes clásicos Corneille, Molière y Racine. La figura de El Cid siempre ha sido atractiva por las virtudes con que la leyenda la ha engalanado. Sabemos que en el siglo XI cuando seguramente este hombre vivió más que un héroe era un mercenario que se ponía a sueldo del mejor pagador ya fuese moro o cristiano. Arturo Pérez Reverte ha explorado esta otra visión del personaje. Pero a mí me gusta más la figura heroica que se trasluce del propio poema reconstruido por Menéndez Pidal y estas versiones heroicas -e incluso los romances populares- que dibujan al Mio Cid injustamente vilipendiado aunque él siempre fuera leal a su señor.
Un abrazo