Pocas
figuras históricas tan controvertidas desde los siglos XV y XVI como la de
Cristóbal Colón, de enigmáticos orígenes, oscuras intenciones y tormentosa
trayectoria. ¿Visionario? ¿Intrigante? ¿Estratega? ¿Afortunado? Raras son las
palabras de elogio o de mancilla que no se le hayan dedicado durante los
últimos cinco siglos. El narrador, poeta y dramaturgo griego Nikos Kazantzakis
(1883-1957) se aproxima a él en esta pieza teatral, en la que nos presenta a un
hombre imbuido de fe religiosa, que está convencido de una serie de cosas de lo
más peregrinas: que la Virgen se le ha aparecido, con la encomienda de que
descubra el camino a las Indias; que la reina Isabel de Castilla lo galardona
con su cariñosa benevolencia (y que lo mira de forma tan especial que incluso
le pasa por la mente la idea de que él, Cristóbal, debería ser el rey); o que
el éxito de su misión supondrá una inestimable fuente de ingresos para que la
corona española ponga en marcha un delirante proyecto de reconquista de los
Santos Lugares.
Fe o
perturbación, el aliento que lo impulsa es tan poderoso que no le impedirá
enflaquecer durante el trayecto, ni encerrar a media tripulación en la sentina,
ni enfrentarse a las intenciones criminales del resto, porque sabe que Dios lo
guía a través de las aguas (como san Cristóbal llevó al niño Jesús sobre sus
hombros) para que extienda la cristiandad hasta los dominios impíos de allende
los mares. Los pájaros que se aproximan a la nave el 12 de octubre de 1492 (y
que él identifica con ángeles, de quienes escucha un vaticinio atroz sobre sus
martirios futuros) supondrán un magnífico cierre para una obra redonda.
Por
supuesto, lo más importante de estas páginas gira alrededor del alma de
Cristóbal Colón, un personaje poderoso que se mueve entre otras figuras no
menos intensas (el vengativo capitán Alonso, el voluble fraile Juan, el ingenuo
prior del monasterio de la Virgen del Atlántico) y que vertebra un drama muy
bien resuelto, tanto en la parte de tierra como en alta mar.
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