viernes, 29 de mayo de 2020

Oración




En esta Oración de Fernando Arrabal nos encontramos con una pieza dramática tan breve como curiosa. Solamente dos personas aparecen en escena, y entre ellas se urden diálogos rápidos, reiterativos, bordeando los cauces de la simplicidad y de la ironía. El hombre se llama Fidio; la mujer, Lilbe. Juntos a ellos aparece la figura de un ataúd pequeño, que contiene el cadáver de un niño. Desde que la criatura está muerta, han decidido cambiar el rumbo de sus vidas y convertirse en personas buenas. Para lograrlo (será difícil), el varón ha decidido que ambos van a seguir al pie de la letra las instrucciones salvíficas que contiene la Biblia. Con una seriedad que no se sabe si es burlesca, Fidio le va resumiendo a Lilbe algunas de las historias que contiene la obra: la creación de los primeros seres humanos, el nacimiento de Jesús, la llegada de los Reyes Magos, la crucifixión… Ella, obnubilada y casi se diría que convencida, asiente. Sí, es necesario que sean buenos a partir de ahora.
Para ello, tendrán que dejar de mentir. Tendrán que dejar de acostarse juntos. Tendrán que dejar de matar (como han matado al niño que yace en el ataúd): total, la diversión siempre les dura tan poco… El lector, que ha asistido durante las primeras líneas a su diálogo sin saber muy bien si hablaban en serio o eran dos zumbones sacrílegos, siente que su piel se estremece. Y la saliva circula cada vez con más dificultad por la garganta, conforme van desgranando sus actos.
Fernando Arrabal vuelve a situarse con esta pieza en la zona donde más cómodo ha estado siempre: el ámbito de la provocación. (Y que conste que lo digo de una forma admirativa). Mezcla de ingenuidad y de iconoclastia, su texto admite casi todas las reacciones, menos una: la indiferencia.

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