Yo no sé
si he leído este libro o, más exactamente, he intentado leer el tiempo que ha
transcurrido desde que lo tuve por primera vez entre las manos. Se trata de Medio muerto nada más, de Álvaro de
Laiglesia, que devoré con ¿catorce años? y que ahora, cuarenta años después, me
ha hecho sonreír como entonces con la habilidad de su narración y con sus
juegos de palabras. Quizá lo estropee (habla ahora el adulto, no el adolescente
que lo leyó enfebrecido y acrítico) su tendencia a la gazmoñería, pero se la
perdono con gusto.
Eso de
que los escritores sean “hermanos de tinta” está bien. Es ingenuo, cómo no
admitirlo, pero está bien. Y qué gozada de humor surrealista la “Carta de una
pacata antigua a su carabina”. Y qué agudo en sus aforismos casi juanramonianos
(“Yo no pertenezco a la mayoría de le gente, sino a la minoría”). Y qué
acertado en sus definiciones, como ésta de la palabra ironía (“Una sonrisa que sube directamente al cerebro sin asomar a
los labios”). Y qué sabio en sus reflexiones mundanas (“Si quieres triunfar, da
algún motivo para que puedan compadecerte”).
Estoy muy
feliz de haber activado esta recuperación proustiana de mi prehistoria lectora,
y estoy decidido a que no sea la última.
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