Juan
Francisco Vivo (Pliego, 1961) es un poeta torrencial, al que las metáforas se
le deslizan entre los dedos con la premura y la limpieza con la que el agua se
desborda de un vaso. Lo había demostrado sobradamente en revistas y recitales;
y pronto lo demostró también en un formato mucho más duradero: en sus libros.
El
primero que publicó fue, precisamente, el que releo ahora: Piel de tramontana (2001), un volumen vertiginoso e imaginativo,
lleno de amores huracanados y febriles. Las adjetivaciones que en este tomo
maneja son increíblemente poderosas, y nos hablan de un “náufrago del deseo”
(p.43) que se protege del desamor amando, y que debajo de la ceniza de su
cuerpo tiene un océano de llamas proclamando su pasión. Y aunque le dice a la
amada que quiere “diluviar tu nombre hasta olvidarlo” (p.61), lo cierto es que
todo se le vuelve un torbellino de besos dulces y piel acariciada; y estas
rememoraciones le impiden la amnesia. No se puede evadir tan fácilmente (aunque
otra cosa pretenda decirnos) de la “inmensa piel de cielo” (p.63) de la amada.
De todo
el libro, que es fulgurante y está cuajado de hallazgos, convendría destacar su
última sección (la que da título al volumen), compuesta por un centenar de
pequeños poemas, que alcanzan en ocasiones fulgor de diamantes. Y cuando le
dice a la amada que es “un mendigo en la calle triste de tus ojos” (p.80), o
que “auriga he sido de tu cuerpo” (p.71), o que “para recorrerte hay que ser
eterno” (p.85), no tiene más remedio que chocarnos la declaración que incluye
en la página 68: “Soy un asesino: he cometido el crimen de olvidarte”.
1 comentario:
¡Ayyyy, qué bonito lo de poeta torrencial! Y lo de "Para recorrerte hay que ser eterno" ha sido la guinda del pastel.
Besitos 💋💋💋
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