Ocho
historias, muy bien contadas. A veces, el secreto de un gran libro de relatos
se aposenta en un resumen tan fácil (tan arduo, tan infrecuente) como éste. Y
es que Isabel Martínez Barquero ha logrado conducir su prosa, ha sabido
organizar sus argumentos y ha sabido esculpir a sus protagonistas con un
exquisito rigor para que el resultado final quede en la memoria y en el corazón
de los lectores.
En estas
páginas delicadas y eficaces nos muestra a mujeres que sufrieron en su juventud
el escarnio de la infidelidad y que luego se resarcieron de un modo tan
exhaustivo como confortable (“La señorita Clara”); a chicas que comprenden el
profundo error vital en el que viven sus madres, obcecadas en ocupar el podio
del triunfo, sin entender que ellas opten por otros mecanismos para alcanzar la
dicha (“La huella del éxito”); a empleadas de fábrica que, hartas de la rutina
laboral, de la hipocresía de sus compañeros y de la mezquindad de sus jefes,
deciden desviarse del sendero trazado (“La ciudad escondida”); a mujeres
maduras que observan con languidez triste cómo sus maridos ya no experimentan
por ellas ni pasión ni entusiasmo (“Tibieza”); o a esposas que tienen que
sobrellevar con humor, paciencia y cariño, las manías domésticas que, después
de haber sufrido un ictus, asaltan a sus compañeros (“La felicidad apresada”).
Y, como
cierre del volumen, una excepcional delicatessen que lleva por título “La
última representación” y que se centra en Manolo, un artista envejecido y
pasado de peso al que expulsan sin contemplaciones de su trabajo como cantante
por su deterioro físico. El lector acaba con un nudo en la garganta y con
lágrimas en los ojos durante la página final.
En suma,
otra magnífica muestra del buen hacer narrativo de Isabel Martínez Barquero,
que jamás defrauda.
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