Me
termino, en dos tardes, la curiosa novela titulada Las cintas de Anderson, de Lawrence Sanders, traducida por Marta
Isabel Gustavino (Ultramar, Madrid, 1980)… Veamos. Yo diría que es una novela esencialmente absurda, porque parte de
una enorme cantidad de conexiones traídas por los pelos: orwellianas,
huxleyanas, increíbles. ¿Es acaso “tragable” que se pueda verificar este
ingente rompecabezas, este puzle urbano con micrófonos dispersos, no solamente
por toda la ciudad, sino en los sitios y momentos adecuados? La hipótesis de la
vigilancia electrónica del peatón ya no resulta tan descabellada en estos años
de comienzos del siglo XXI; pero lo que sigue siendo descabellado es pensar que
pueda ser espiable una persona, en veinte sitios de la ciudad, gracias a veinte
departamentos estatales diferentes y desconectados entre sí. Eso, por lo que
atañe a la credibilidad de la trama.
En cuanto
a los aspectos puramente literarios, la novela no pasa de ser interesante, sin
alcanzar mayores logros. Una novela más, entre el grupo de las normalitas.
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