Potente como un huracán, el nombre de Ana María Shua (Buenos Aires, 1951) se yergue entre los grandes de la literatura argentina gracias a sus ensayos, relatos, poemas y novelas, todos de una calidad incuestionable. Acercarse a sus obras es sumergirse en un universo lleno de fascinación y magia, como el que nos embriaga en las páginas de este libro de relatos, publicado en el año 2002.
De un modo magistral, la escritora nos acerca hasta los agobios extremos de una mujer que atiende a dos hijos pequeños y un bebé, los cuales la sofocan con sus gritos, desobediencias, escatologías y gamberradas, generándole la sensación triste de que no cumple bien su papel (“Como una buena madre”); nos pedirá que acompañemos a la familia Ramos hasta Disneyworld y, posteriormente, a un asombroso espectáculo vudú, tan repulsivo como impresionante (“Auténticos zombis antillanos”); nos sumergirá en una historia de boxeo y determinismo que tiene al Flaco como protagonista y a Dani (hijo del narrador) como detonante (“La revancha”); nos susurrará al oído una preciosa fábula sobre el sentido de la vida y sobre sus azares y sorpresas (“Princesa, mago, dragón y caballero”); nos hará subir con Joaquín y Claudia a un coche que se verá implicado de forma tangencial en un crimen machista (“La mujer herida”); o nos pondrá ante los ojos al singular Juan Domingo, un ahijado de Perón que, determinados días de la semana, sufre la espeluznante metamorfosis que lo convierte en una bestia (“Vida de perros”).
Yo me he sentido particularmente atraído por la historia que cierra el tomo y que lleva por título “La columna vertebral”, una melancólica reflexión sobre el paso del tiempo y sobre los vaivenes y claudicaciones que la vida termina imponiéndonos: tras reencontrarse con su antiguo novio Alejandro Mallet en un congreso médico, la deportóloga Stella Dossi se deja llevar por los recuerdos y, olvidándose de su marido, se acuesta con él. Tras el sexo, y casi como cierre del volumen, la mujer se queda pensativa, dejando que Ana María Shua nos deslice estas líneas donde nos muestra cómo se siente su protagonista: “Vio la carne floja de los brazos y el vientre péndulo, colgando en un pliegue flácido sobre la pelvis, las mejillas mustias, el mentón borrado, el rimmel borroneado alrededor de los ojos, las arrugas abriéndose como grietas polvorientas en la gruesa capa de maquillaje, una mujer vieja, sucia, ridícula, ansiosa todavía por ofrecer su carne demasiado madura, un durazno blando y arrugado que alguien se olvidó de poner en la heladera. Una Wendy amatronada, menopáusica, sudorosa, que ve entrar una vez más, por la ventana, la figura siempre igual a sí misma de Peter Pan y sabe que ya no viene por ella, que no la recuerda ni la busca, una Wendy en la que es inútil gastar polvo de estrellas porque es demasiado pesada para volar hasta la isla de Nunca Jamás”.
Un libro hermosísimo y perdurable.
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