Para
cualquier disciplina artística (pintura, escultura, poesía, música, baile) se
puede disponer de buena voluntad, invertir elevadas dosis de trabajo y
sacrificar tiempo y dinero con el fin de obtener resultados. Es tan posible
como plausible. Pero ninguno de esos ingredientes garantiza que pueda
alcanzarse el éxito o la excelencia, porque el talento no es democrático. Se
tiene o no se tiene. Es así de sencillo. No se trata de crueldad, de altanería,
de jactancia o de soberbia: es un hecho.
Y Diana de
Paco Serrano, cuando se pone a escribir teatro, dispone de talento. Es un
aroma, una fluidez, una solidez que se perciben desde la primera página y que
impregnan sus textos inequívocamente. La forma en que hace moverse a sus
personajes, el modo en que hablan, sus reflexiones, los giros argumentales,
todo está calibrado a la perfección para que la maquinaria escénica ruede y
convenza. Y lo volvemos a comprobar en De
mutuo acuerdo (y otras obras menudas), que le premió y publicó el sello
Irreverentes. Nos encontramos allí con hombres débiles a quienes sus esposas
han exprimido y engañado, a adolescentes que viven enganchadas a sus teléfonos
móviles y que los utilizan como oxígeno, a extraños hipocondríacos que se
entusiasman al contratar un seguro médico, a amigas maduras que en realidad se
odian y se desprecian, a ninis espléndidamente retratados como metáfora del
mundo en que vivimos… Y, llegados al final, esa delicia titulada Lapidarius, donde los personajes
cervantinos de don Quijote, Sancho y Dulcinea quedan transfigurados y
modernizados en un entorno psiquiátrico.
Costumbrismo
irónico, señalamiento de las lacras eternas del ser humano, melancólico sentido
del humor… Diana de Paco Serrano juega espléndidamente sus cartas para dejarnos
un amargo sabor de boca y un insuperable retrato de nuestro tiempo. Como
siempre.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo. Gracias Rubén, desde este incondicional y apasionado seguidor del Teatro y el evidentisimo talento de Diana de Paco.
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