Hay días
que son gozo, días que son tortura y días que se incorporan a la cloaca gris de
lo indiferente. Pero de todos ellos se puede trazar, si se dispone de talento y
de pericia narrativa, un relato espléndido, porque la literatura siempre ha
estado en la forma en que se miran
las cosas, en el enfoque que utilizamos para pirograbarlas en las pupilas y el
cerebro de los lectores.
Victoria
Pelayo Rapado, en su hermoso trabajo Malos
días (De la luna libros), nos ofrece una demostración incuestionable de esa
posibilidad. Por sus páginas desfilan personajes de sexos y edades diferentes,
que se tienen que enfrentar a jornadas especiales, a horas de inflexión en las
que sus vidas quedarán alteradas de un modo irreversible; y quien lee siente
que los latidos de su corazón (más rápidos o más lentos, sonrientes o
perturbados) se amoldan al ritmo que la autora zamorana imprime a sus textos.
Conoceremos
así a Ángel, un joven que acepta un delicado y angustioso trabajo por el que le
pagarán muy bien, pero que lo acongojará; y a Montse, una extraña sordomuda que
trabaja como limpiadora en un hotel; y al padre y al hijo que, tras veinticinco
años de separación orgullosa e inútil, se reencuentran en la casa del anciano;
y a la muchacha que da a luz sin ayuda en el suelo de la cocina; y al agobiado
repartidor que experimenta la ansiedad de estar sin tabaco, y que lo busca en
todos los lugares donde realiza entregas; y a la tanatopractora que se siente
minusvalorada, a pesar de la importancia de su actividad; y a muchos otros personajes
que, diminutos y anónimos, circulan por el mundo con su cargamento de
tristezas, alegrías y decepciones.
Gran
libro, sin duda, que se lee con la gratitud que todos los buenos degustadores
de literatura experimentamos hacia las personas que se preocupan de componer
buenas obras.
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