domingo, 6 de abril de 2025

La reina de las aguas

 


Hay autores de quienes siempre aguardo, con expectación y con fervor, cada libro que publican, porque las páginas suyas que he podido saborear me han transmutado en adepto. Con Fernando Clemot me ocurre desde 2009, en que tuve la fortuna de tropezarme con Estancos del Chiado, un volumen prodigioso de cuentos que terminaría alzándose poco después con el premio Setenil (https://rubencastillo.blogspot.com/2025/03/estancos-del-chiado.html). Ahora acude hasta mis manos su obra La reina de las aguas (Un viaje eterno por Roma), que publica La línea del horizonte con una exquisita cubierta pompeyana.

¿Y qué puede encontrarse allí? “Es un itinerario que entiendo como una carta de amor a una ciudad y a un tiempo”. Con esas palabras lo define el autor en la página 13, y no puede expresarse con más tino ni con más belleza. Acompañado por su esposa Eva y por su hija Emma (en uno de los viajes) o por sus amigos Jordi Gol y Ángel Lobato (en otro), el magnífico escritor barcelonés nos ofrece un espectáculo inigualable de erudiciones históricas y arquitectónicas, de reflexiones artísticas e incluso de anécdotas personales (ese perro que estuvo a punto de clavarle los dientes, ante la mirada iracunda de la dueña; ese paseo temerario por el túnel Pettinelli, más peligroso de lo que él sospechaba; esos juegos infantiles de Emma en la fuente del Collar de Perlas, mientras él estaba observando desde un banco). Mezclando documentación y curiosidad, éxtasis y enamoramiento, vemos al autor paseándose por Santa María Maggiore; entrando en el cementerio de Verano y depositando rosas en las tumbas de Marcello Mastroianni, Elsa Morante y Vittorio Gassman; descubriendo los detalles del terrible bombardeo de San Lorenzo, en septiembre de 1943; subiendo de rodillas la Escalera Santa (y rezando un padrenuestro en cada peldaño “y hasta los retales del avemaría que recordaba”); o quedándose hechizado por los sepulcros etruscos (la secuencia que ocupa las páginas 139-143 es de una belleza cautivadora).

Una obra delicada, hermosa, casi fragante, donde Roma palpita en cada párrafo y donde el hechizo de la Ciudad Eterna se convierte en un viaje eterno, que Fernando Clemot destila con sabiduría para nosotros. Gracias sean dadas.

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