En
la última página de esta excepcional novela de Eça de Queirós, el personaje de
Juan Gouveia reflexiona en voz alta sobre las virtudes y defectos del
protagonista, don Gonzalo Mendes Ramires, el más antiguo hidalgo de su país,
“afable joven, esbelto y rubio, de blancura de porcelana, con ojos alegres que
fácilmente se enternecían, distinguido, elegante”. Sabe de su noble abolengo,
sabe de sus miserias, sabe de su ira y de su bondad; y por eso se permite
preguntar a quienes lo rodean: “¿Saben ustedes a quién me recuerda?”. La
respuesta a ese interrogante retórico constituye la médula misma de La ilustre
casa de Ramires, un maravilloso retrato sobre el último representante de
una familia que, desde hace muchas décadas (mil años, exagera él), ha sido lo
más elevado y respetable de la sociedad portuguesa. Ese hombre, don Gonzalo,
vive ahora chapoteando en una situación que juzga innoble: se alejó de
Cavalleiro, un petimetre que cortejaba (y luego abandonó) a su hermana Gracia,
pero las caprichosas circunstancias de la política han querido que ahora Cavalleiro
sea un hombre influyente que, tras la muerte del diputado Sanches Lucena, ha de
proponer a su sucesor, quien quedará encumbrado en Lisboa. En el capítulo IV se
resume el espíritu de su pensamiento: “Los portugueses nos dividimos en dos
clases: cinco o seis millones que trabajan la hacienda y viven de ella, como
Barrolo, y que pagan; y unos treinta individuos que forman en Lisboa la
parcería gobernante. Ahora bien, yo por gusto, por necesidad, por tradición
familiar, deseo mandar en la hacienda. Pero para ingresar en la parcería
política, el ciudadano portugués necesita ser diputado, así como para entrar en
la magistratura hay que ser licenciado. Por eso quiero comenzar como diputado,
para acabar como gobernante”.
En
ese camino también interviene de forma involuntaria su amigo José Lucio
Castañeiro, quien está interesado en publicar la pequeña novelita sobre sus
antepasados que anda escribiendo el protagonista y que sin duda servirá para
despertar las conciencias en un país que ha olvidado ya el esplendor de su
pasado (“Portugal está muriendo por falta de sentimiento nacional. Morimos
suciamente del mal de no ser portugueses”).
Don
Gonzalo no dudará en agachar las orejas y buscar de nuevo la amistad de
Cavalleiro, consciente de que lo necesita para medrar en el mundo político. Y
se verá obligado a tragar mucha saliva cuando compruebe que su antiguo camarada
vuelve a cercar eróticamente a su hermana, pese a saberla ya casada con
Barrolo. ¿Consentirá con esa humillación adúltera o se rebelará?
La ilustre casa de Ramires se yergue como un relato poderoso, inteligente y muy agudo, que investiga en los entresijos del alma y que nos conduce por laberintos de dignidad y bajeza, de temblores y gallardía, a la vez que nos permite conocer mejor a nuestros vecinos del oeste, siempre tan cercanos y tan lejanos. Me parece una novela imprescindible.
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