Añado
a mi blog otra reseña de Manuel Vilas, porque ha escrito El mejor libro del
mundo y la ocasión lo merece. Esta vez no podré orientar a los lectores
facilitando un pequeño resumen de la obra, porque este volumen no tiene
“argumento”, ya que no es una novela. O sí, cualquiera sabe. Recordando una frase
del tomo (“La vida es el mejor libro del mundo”), convendremos en que, puesto
que la vida no tiene argumento, por qué habrían de tenerlo medio millar de
páginas en las que se vuelca la esencia de la suya. Como Vilas no leerá esta
pequeña nota (y yo, además, sé que la estoy redactando con infinito cariño y
con infinito respeto), me atreveré a decir que El mejor libro del mundo
me ha recordado a una olla puesta al fuego. Es probable que al autor, que con
tanto gozo habla de comida en este libro, no habría de molestarle la imagen.
Hay en esa olla garbanzos, alubias, patata, zanahoria, caldo, sal (sobre todo,
mucha sal); hay en ella humor, pesimismo, sinceridad, viajes, amores,
amistades, decepciones. Y el fuego que se aplica en la base de esa olla logra
que el conjunto llegue a la ebullición, provocando la aparición de burbujas (mi
niñez pueblerina me pide que escriba “pompas”), que van sucediéndose en un
inagotable juego de estallidos. Unas son pequeñas; otras, más grandes. Unas ostentan
durante varios segundos su semiesfericidad asombrosa; otras, apenas te da
tiempo a verlas. Y tú, sentado en una silla delante de la olla, observas y
hueles, en un silencio respetuoso y admirado. Eso es, en mi opinión, El
mejor libro del mundo.
Afirmaba
Tolstói que quien conoce su aldea conoce el universo. Es una idea muy
interesante. ¿Quien conoce a una persona conoce también el universo? Porque eso
también es El mejor libro del mundo: el conocimiento profundo,
variopinto, zigzagueante, de un corazón humano, diseccionado por su
propietario. Manuel Vilas nos dice que Javier Marías tenía las manos pequeñas y
que Eduardo Mendoza lo saluda siempre con la mano fofa (como si te entregara un
mejillón demasiado cocido), que el mejor nombre de mujer es María, que la mejor
canción del mundo la escribió Sixto Rodríguez y se llama “Cause”, que adora a
Lou Reed y que en ocasiones habla con su fantasma, que Jaime Gil de Biedma es el
único poeta (junto a Jorge Manrique) que nunca se la cae de las manos o que
Franz Kafka es el mejor escritor de la Historia. Pero también nos habla con
orgullo de sus padres, de las piedras que arrojó al río en su infancia, de
antiguas novias, de la erosión que el tiempo deposita sobre los cuerpos, de las
paellas que prepara su hermano, de sus hijos y su esposa, de habitaciones de
hotel, del carácter capitalista del cuerpo humano (“Nuestros cuerpos nos
engañan desde hace miles de años, nos hacen creer que necesitamos comer más y
más, pero es mentira, buscan la acumulación de grasa”) o de ciertas
escatologías risibles (esa página absolutamente hilarante donde nos habla de “los
culos viejos, a los que ya no les importa disimular y se convierten en cañones
y artillería napoleónicos”).
Y
nosotros, insisto, lo observamos todo desde nuestro asiento, porque Vilas nos
ha invitado al espectáculo. Casi quinientas páginas de felicidad, complicidad,
admiración, sonrisas y reflexiones, en las que él habla, y habla, y habla, y
escribe, y escribe, y escribe. Y nosotros nos olvidamos de las etiquetas
editoriales, porque nos importa tres rábanos que esto sea una novela, o un
diario, o un libro filosófico o humorístico. No precisamos esa etiqueta. Es El
mejor libro del mundo. Y ya.
Todos mis aplausos.
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