La
publicación de este volumen (que se produjo, madre mía, hace más de un cuarto
de siglo. Cómo pasa el tiempo) supuso una cierta sorpresa entre el público
lector de 1998, porque Juan Manuel de Prada venía de protagonizar dos sonoros
bombazos con Las máscaras del héroe y con La tempestad (ganadora
del premio Planeta) y, de pronto, aterrizaba en las mesas de novedades de las
librerías con un volumen de artículos. Pero tras ese momento de estupor se pudo
comprobar que el espíritu de la obra respondía al mismo patrón: el de un
prosista “millonario de metáforas” (el sintagma es suyo), con un talento
caudaloso y con una oceánica capacidad de lenguaje, que solventa con la misma
elegancia un ditirambo lírico dedicado a los mineros de España (“Germinal”),
una profesión de fe literaria (“Ramón, primitivo, fetichista”), una acusación
contra los nuevos sistemas educativos (“Contra la ESO”), la genuflexión
agradecida frente a un periodista leído y admirado (“Cien veces Alcántara”), la
denuncia inflexible del fetichismo cultural (“El Guernica”), la irónica burla
ante la impostada bondad de cierta famosilla (“Lady Caridad”) o la feroz
andanada contra esa “lepra exportable” (sic) que fue la canción La Macarena.
Alguien
dijo una vez que de los genios hay que aprovechar hasta las migajas, pero se
olvidó de precisar que, casi siempre, las presuntas migajas de los elegidos (y
no es improbable que Prada sea uno de ellos) superan en belleza, valor y
exquisitez a las más trabajadas producciones de esas legiones de mediocres que
a menudo nos distraen en los escaparates libreros con sus novedades.
Una obra para abrir, al azar, por cualquier página y quedar deslumbrado con su estilo.
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