lunes, 14 de abril de 2025

Reserva natural

 


La publicación de este volumen (que se produjo, madre mía, hace más de un cuarto de siglo. Cómo pasa el tiempo) supuso una cierta sorpresa entre el público lector de 1998, porque Juan Manuel de Prada venía de protagonizar dos sonoros bombazos con Las máscaras del héroe y con La tempestad (ganadora del premio Planeta) y, de pronto, aterrizaba en las mesas de novedades de las librerías con un volumen de artículos. Pero tras ese momento de estupor se pudo comprobar que el espíritu de la obra respondía al mismo patrón: el de un prosista “millonario de metáforas” (el sintagma es suyo), con un talento caudaloso y con una oceánica capacidad de lenguaje, que solventa con la misma elegancia un ditirambo lírico dedicado a los mineros de España (“Germinal”), una profesión de fe literaria (“Ramón, primitivo, fetichista”), una acusación contra los nuevos sistemas educativos (“Contra la ESO”), la genuflexión agradecida frente a un periodista leído y admirado (“Cien veces Alcántara”), la denuncia inflexible del fetichismo cultural (“El Guernica”), la irónica burla ante la impostada bondad de cierta famosilla (“Lady Caridad”) o la feroz andanada contra esa “lepra exportable” (sic) que fue la canción La Macarena.

Alguien dijo una vez que de los genios hay que aprovechar hasta las migajas, pero se olvidó de precisar que, casi siempre, las presuntas migajas de los elegidos (y no es improbable que Prada sea uno de ellos) superan en belleza, valor y exquisitez a las más trabajadas producciones de esas legiones de mediocres que a menudo nos distraen en los escaparates libreros con sus novedades.

Una obra para abrir, al azar, por cualquier página y quedar deslumbrado con su estilo.

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