domingo, 20 de abril de 2025

Demasiado tarde para volver

 


Utilicemos la imagen que toma como punto de partida el autor en este libro: el avión en el que viaja se ha averiado y comienza un descenso vertiginoso en caída libre. Todo está perdido. Y solamente queda la posibilidad de escribir unas pocas palabras, las últimas, donde todo quede dicho y preservado. Ahí se encuentra, nos dice, el germen de este volumen de relatos. Ahora reflexionemos un poco más allá: ¿acaso no es la vida entera una caída libre vertiginosa, que se detiene cuando llegamos a la tierra y nos fundimos en su seno?

Miguel Ángel Hernández, que es autor inteligente, utiliza esa poderosa imagen de inicio para que comprendamos la universalidad de su propuesta: toda escritura es un testimonio. Toda página es un agónico testamento, donde se intenta que la belleza nos salve o nos justifique. En esa línea, aquella primera versión de este volumen (que apareció en 2008, auspiciada por la Editorial Tres Fronteras, de Murcia) se engrosa y perfecciona con nuevos textos, que redondean un tomo más que notable, donde palpitan viajes a ninguna parte, poéticas del fango, sueños lúcidos, memorias del otro lado y futuros pasados. Es decir, la coagulación que con auxilio de la letra impresa nos traslada la mirada de un narrador espléndido, que construye un territorio donde hay trenes, salas de espera en la UCI, dientes de leche, insomnios, corredores a los que ha dejado de palpitarles el corazón o camas bajo las que esconderse. Todo un vademécum de historias que consiguen cautivar nuestra atención y entre las que ustedes deberán elegir sus favoritas.

¿Las mías? Diría que “El llanto”, “Desorientado” o “Destino”. Pero seguro que si releo el volumen dentro de unos años mis preferencias habrán cambiado. Por ahora, les sugiero que se adentren en el libro y elijan libremente. Luego me cuentan.

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