Si
tuviéramos que comparar a Leonardo da Vinci con una edificación no sería desde
luego con un cobertizo, ni con un chalet adosado, ni siquiera con ese tipo de
viviendas a las que ahora, de forma pedestre, llaman “casoplones”: es seguro
que elegiríamos un rascacielos o, para estar más en consonancia con su época, una
catedral. Bien. Admitamos que Leonardo es una catedral. No resulta, desde luego,
hiperbólico. Y nosotros, que somos los visitantes de esa catedral, seguro que
nos quedamos desde el principio extasiados ante sus columnas, sus esculturas,
su diseño arquitectónico o su acústica increíble. Pero detengámonos un momento.
¿De qué modo se llega a ser una catedral? ¿Cómo se construye cada vidriera?
¿Cómo se perfila cada arbotante? ¿Cómo se equilibra la bóveda? ¿Cómo se traza
su ábside? En suma, ¿cómo se llega a ser lo que se es?
El
estudioso Carlo Vecce, conocedor exhaustivo del mundo renacentista, aborda en
este contundente tomo (casi setecientas páginas), que Alfaguara publica en la
traducción de Carlos Gumpert, la figura poliédrica (catedralicia) de Leonardo.
Y no lo hace desde la fantasía o el éxtasis hagiográfico, sino desde el más
profundo rigor, sumergiéndose en legajos, protocolos notariales y cartas de sus
coetáneos, para ofrecernos un panorama tan detallado como indiscutible, lleno
de nombres, fechas y parentescos. Pero (y aquí el pero es crucial)
logrando a la vez que su narración mantenga una loable amenidad que la aproxima
casi al espíritu de una novela. Veremos al joven Leonardo, hijo bastardo del
notario Piero da Vinci y de una esclava circasiana a la que se conoce como
Caterina (cuyos gastos funerarios sufragó el humanista en junio de 1494); lo
vemos interesarse por la escritura especular desde la infancia; advertimos su
admiración por Ovidio y sus Metamorfosis (véase la página 134); nos
asombrará su temprana curiosidad por el mundo de los fósiles (página 237); disfrutaremos
sabiendo más sobre su vinculación con el maravilloso artista Alberto Durero
(página 293); conoceremos al detalle sus implicaciones (más como víctima que
como fautor) en la política de su tiempo; tendremos noticia de sus costumbres
gastronómicas, con el listado de alimentos que eran frecuentes en su mesa
(página 370); sabremos más de sus rivalidades legendarias en el mundo del arte
(el capítulo 12 se titula, y no les digo más, “El duelo con Miguel Ángel”); y, entre
mil noticias fascinantes más, se nos resumirán los detalles compositivos e
históricos que rodean a sus obras principales.
Por
supuesto, tampoco se omiten en este volumen referencias detalladas a “la
compleja e indefinida sexualidad de Leonardo” (página 98), a su obsesión por
anotar en cuadernos y hojas sueltas todas sus ideas (“Leonardo tiene hambre de
papel”, página 177) o al triste momento de su muerte (una escena que desarrolla
en la página 572 y que emocionará a quienes tengan gatos).
Biografía monumental, esta Vida de Leonardo resultará utilísima para cualquier lector, tanto si es especialista en arte (porque ofrece informaciones nuevas, extraídas de documentos originales) como si solamente desea acercarse de forma “novelesca” a uno de los más grandes genios de la historia. Imprescindible.
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