La
autora del prólogo (Aurora Gil Bohórquez) lo dice con exactitud condensada:
“Estamos, pues, ante un diario en seguidillas”. Me parece atinadísima
sentencia, que captura en siete palabras el espíritu del libro. Porque lo que
percibimos los lectores cuando transitamos por estos sesenta poemas es
precisamente eso: su condición de álbum emocional. Gracias a sus palabras (y a
la música elegante y bien pautada que los modula), estos textos nos trasladan
con singular acierto la temperatura anímica que en cada instante presenta el
autor: cuando se acerca hasta las Fuentes del Marqués, cuando viaja a México,
cuando contempla las hojas caídas en su terraza, cuando mira con ternura los
libros que se alinean en un estante de su casa playera, cuando viaja en tren,
cuando pasea por la Trapería murciana, cuando visita las Hoces del Júcar,
cuando se detiene ante un cuadro de Sofía Morales o de Darío de Regoyos, cuando
lee durante un largo insomnio un libro espectacular de Nuccio Ordine o cuando
sus pupilas y su corazón recorren las gotas de agua que salpican el cristal de
la ventana un domingo de abril.
Sigamos
sumando hermosura al precioso tomo: las imágenes que adornan todos los poemas.
Son fotografías efectuadas por el autor, por su esposa, por su hijo Yayo, por
Martha Cuanalo, por M. del Loreto o por Sonia Varó: instantáneas en las que
paisajes marinos, uvas esplendorosas, balaustradas nocturnas, jardines
soleados, paulonias florecidas o huertanas juncales sirven de contrapunto
visual a las palabras de Santiago Delgado.
Hace años, el escritor reivindicaba su derecho a componer versos, aunque no se le pudiera etiquetar prioritariamente de poeta. Discrepo de esa humildad: sí que lo es. Y estas Seguidillas del 2024 lo demuestran con holgura y contundencia.
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