En
la unión de varias terrazas y azoteas de un barrio pobre puede ocurrir casi de
todo: puede ocurrir el mundo; y el genial Antonio Buero Vallejo, que lo sabe
bien, nos permite asistir al espectáculo (aparentemente nimio, pero tan
significativo) de esas vidas diminutas, alegres o tristes por momentos,
esperanzadas o decaídas, iniciales o languidecientes. Siéntense en su butaca y
contemplen y escuchen a todas las figuras que irán apareciendo ante sus ojos:
la mujer que echa las cartas (y que ve con desaliento cómo el negocio decae);
el joven estudiante que prepara unas oposiciones, aunque últimamente dedica más
tiempo a espiar con amor a la joven Teresa; las vecinas que sueñan con el
sorteo de lotería, que las podría sacar de pobres; los golfillos con ínfulas de
vagos o de gamberros, que distraen sus horas planeando tontunas y barrabasadas;
el esposo que intenta distraer a su pareja del dolor inaudito de haber perdido
a la hija común; inquilinas que, aprovechando un descuido de la portera, han
colocado unas sillas en la terraza y se están dedicando a “colonizar” el
espacio que habitualmente tienen prohibido; un inventor que pudo haber sido
famoso, pero que sobrevive ideando pequeños artilugios; un botijo que pasa de
boca en boca y que está relleno de vino (porque hoy es fiesta); una mujer cuyo
marido está en la cárcel; hombres silenciosos y reconcentrados, que esconden en
su corazón un doloroso secreto que los corroe o culpabilidades que no se
muestran capaces de asumir… Vidas tristes, grises, malbaratadas, que se aferran
a una ilusión futura en forma de lotería o de golpe de suerte, porque, como
bien indica Tomasa, “hay que esperar, qué demonios. Si no, ¿qué sería de
nosotros?”. El problema surgirá cuando, en las páginas finales, todos descubran
que están siendo víctimas de un fraude, perpetrado por alguien mucho más pobre
que ellos, mucho más desesperado que ellos.
Dueño de un talento inigualable, Buero Vallejo construye con esos mimbres tan aparentemente toscos un cesto dramático de gran profundidad, que nos deja en silencio, pensativos, conmocionados. Era único.
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