miércoles, 26 de febrero de 2025

Arde ya la yedra

 


Hace ya varios años (juraría que fue a mediados de 2011), mi entrañable amigo Pepe Colomer me preguntó si había leído algún libro de Gonzalo Hidalgo Bayal y, contrito, tuve que reconocerle que no. Su consejo fue contundente: no lo dejes para más tarde. Y yo, como siempre he confiado en su buen juicio lector, me apresté a hacerle caso y me sumergí en las páginas de Conversación (https://rubencastillo.blogspot.com/2011/11/conversacion.html). En efecto, qué poderoso estilista descubrí en aquellas páginas. Luego abordé su pequeño libro de relatos Un artista del billar (https://rubencastillo.blogspot.com/2015/05/un-artista-del-billar.html), su delicioso Campo de amapolas blancas (https://rubencastillo.blogspot.com/2015/06/campo-de-amapolas-blancas.html), su rotunda Hervaciana (https://rubencastillo.blogspot.com/2022/01/hervaciana.html) y, por fin, La escapada (https://rubencastillo.blogspot.com/2022/12/la-escapada.html). En ese momento, opté por detenerme, tomar un respiro y aplazar mis siguientes lecturas del cacereño, para no agotarlas demasiado deprisa.

Hoy, volviendo con entusiasmo a la carga, me deleito con Arde ya la yedra, que desde el título nos sugiere los juegos palindrómicos que, en efecto, cruzan e impregnan la obra. ¿Y por qué lo hacen? Ah, pues porque un joven de veinticuatro años (que acaba de ser abandonado por la chica de sus sueños y que tiene como horizonte cultural las novelas del oeste que consigue en los quioscos) da en la peregrina idea, tan risible como inquebrantable, de escribir una novela durante un mes y presentarla a un premio que acaba de ser convocado. Lo de menos es que nos vaya explicando cómo la compone, o que resulte finalista, o que Hidalgo Bayal aproveche su asistencia al acto cultural para destripar la hipocresía y los trapicheos de ayuntamientos, jurados y responsables políticos: lo crucial es que todo ese festín nos es servido con una prosa excepcional, rotunda, elegante hasta el mármol, rica hasta el asombro, donde la persona que está leyendo, si aguza un poco los sentidos, podrá detectar guiños inequívocos que nos conducen hasta Garcilaso, la Biblia, Salinger, Rubén Darío, Homero, Descartes, Wittgenstein, Kant, María Moliner, Stendhal, Cervantes, Fernando de Rojas, don Juan Manuel, Horacio, Clarín, Cortázar, Aristóteles, Delibes, Moratín, Miguel Hernández o Gabriel García Márquez (por citar unos pocos); donde aborda un impresionante ejercicio de análisis del alma humana (la envidia, el amor, la ingenuidad, la ira, los celos, la decepción, la melancolía); y donde continuamente nos asaltan juegos de palabras como el que rescato de la página 239, en la que nos dice que los no premiados en el certamen quedarán “condenados a galeras”, mientras que el ganador quedará “condenado a galeradas”.

Libro ingenioso, maduro y sonriente, que podría ser etiquetado como novela-degustación (en el sentido de que contiene todos los primores de la prosa hidalgobayaliana, condensados en trescientas páginas), Arde ya la yedra es una obra que, como pedía Baudelaire, se me antoja, por vocabulario, por sintaxis y por técnica compositiva, sublime sin interrupción.

Un auténtico maestro.

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