Descubrir a un prosista excelente es siempre un
gozo, y a mí desde luego me ha ocurrido con Gonzalo Hidalgo Bayal (Cáceres,
1950). La primera persona que me habló de él, como de tantos otros escritores,
fue mi amigo Pepe Colomer. Y la primera lectura que abordé suya fueron estos
relatos que Alcancía publicó en 2004 bajo el título de Un artista del billar. Son apenas dos historias y cuarenta páginas,
pero resultaron suficientes para enamorarme de la escritura de este extremeño (como
en su día me enamoré de la elegancia formal de Francisco Ayala por su cuento
“El hechizado”).
En la primera (“Un artista del billar”) nos
desgrana la humillación que un pobre novato inflige al mejor billarista de un
local cuando, después de haber sido vapuleado por éste, dedica el siguiente año
de su vida a perfeccionar su forma de jugar y vuelve dispuesto a tomarse la
revancha. Lo que no esperaba era el modo en que las circunstancias alterarían
su existencia a partir de ese instante.
En la segunda (“El reloj de oro”) nos enteramos de
que acaba de ser asesinado Castro, el dueño de una taberna, y que nadie atina
con el posible autor del crimen. Los policías andan desconcertados; y los
parroquianos, estupefactos. Pero todo dará un vuelco cuando el poeta (un
muchacho cuyas portentosas habilidades para narrar historias son proverbiales
en el barrio) se anime a ofrecer un resumen de los hechos ante los oídos
asombrados del narrador.
Con un rico dominio del vocabulario (que no llega a
la pedantería en ningún momento), con una sintaxis compleja y transparente, con
unas pinceladas de análisis psicológico, Gonzalo Hidalgo Bayal nos entrega en
estas pocas páginas la demostración de que los grandes, los grandes de verdad,
son sublimes párrafo a párrafo. “Calidad de página”, como escribió Julián Marías
hace años. Si no han descubierto aún a este prosista, háganse un favor cuanto
antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario