martes, 18 de febrero de 2025

Los divagantes


Es difícil salir indemne de un libro de Guadalupe Nettel, porque la escritora mexicana maneja con endiablada eficacia las palabras y las frases, y consigue con ellas un dibujo que te envuelve, que se adhiere a tu piel (más aún: a la piel de tu cerebro) y que te produce tanto asombro como asfixia. Ese dibujo puede trazarse con el descubrimiento de un familiar al que de pronto descubres hospitalizado (“La impronta”); con un adolescente que canaliza su rabia a través de una protesta ígnea, que está a punto de convertirse en una catástrofe (“Jugar con fuego”); con unas anómalas pastillas, que son capaces de alterar el curso de una vida de forma inquietante (“La puerta rosada”); con una araucaria, que se convierte en símbolo de una familia y un destino (“Un bosque bajo la tierra”); con una bella historia donde se cobija, en mi opinión, una de las metáforas más poderosas del libro, que explora los sinuosos túneles del espíritu humano (“La vida en otro lugar”); o con ese perturbador cuadro postpandémico, que no fue… o que quizá será en el futuro (“El sopor”).

Hábil, sigilosa y contundente, Guadalupe Nettel elige siempre el mejor sitio para poner la silla e invitarnos a que nos sentemos. Desde ese lugar de privilegio (que nunca es el mismo y que jamás puede preverse) asistimos al espectáculo sin par de sus historias, cuyos ecos quedan retumbando en nuestra cabeza. No puedes (ni quieres) escaparte de sus garras, porque la fascinación siempre culmina en una bocanada de aire frío, que llena los pulmones y abre tus ojos. Un gozo, créanme. 

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