lunes, 10 de febrero de 2025

La sombra que cargamos

 


Vivimos, casi siempre, sin reflexionar sobre nuestra vida. Quizá se trate de un recurso psicológico que, de forma inconsciente, desarrollamos para que las zozobras del devenir no nos acongojen; porque, si concentráramos la atención y evaluásemos cada paso de nuestra existencia, es posible que sufriéramos más de un desgarro. María Pilar Conn, en su poemario La sombra que cargamos, fija sus ojos líricos en esos taludes, en esas grietas, en esas fosas oscuras, porque necesita descubrirse entera. Sabe que tiene que hacerlo (“Preguntas continuas cubren mi vigilia”) y, con alma fuerte, se apresta a colocar ante nuestros ojos el resultado de ese análisis honesto, lúcido y necesario. Incluso sabiendo que lo que descubra puede resultar doloroso (se dice “versada en mi propia oscuridad”), el ímpetu de su corazón la anima para descubrir qué significan esos aullidos o recuerdos que laten en ella (“No hay droga que calme el clamor que hay en mi interior”). De ahí que sus versos se llenen de maternidades dolorosas, momentos graves de silencio mientras mira alrededor, recuerdos lacerantes, reflexiones de hondo calado sobre el transcurrir de los relojes (“El tiempo, vasto y misterioso, me cubre”), lágrimas oscuras cuando se pierde a una persona amada (conmovedor el poema Sirio destella), observaciones sobre la amargura que puede deparar el arrabal de la senectud (otro poema conmovedor: El jubilado)…

Erguida sobre la solidez de una mirada inteligente y firme, María Pilar Conn (que se encuentra auxiliada por Diego, su Teseo particular) vive y reflexiona sobre el vivir, camina y reflexiona sobre el caminar (“Despacio, hacia delante. / Sigo…”). Y convierte esas meditaciones en unos versos que esta edición de Cuadranta nos entrega, con un prólogo estupendo del también poeta Manuel Madrid.

Para no perdérselo.

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