Vivimos,
casi siempre, sin reflexionar sobre nuestra vida. Quizá se trate de un recurso psicológico
que, de forma inconsciente, desarrollamos para que las zozobras del devenir no
nos acongojen; porque, si concentráramos la atención y evaluásemos cada paso de
nuestra existencia, es posible que sufriéramos más de un desgarro. María Pilar
Conn, en su poemario La sombra que cargamos, fija sus ojos líricos en
esos taludes, en esas grietas, en esas fosas oscuras, porque necesita
descubrirse entera. Sabe que tiene que hacerlo (“Preguntas continuas cubren mi
vigilia”) y, con alma fuerte, se apresta a colocar ante nuestros ojos el
resultado de ese análisis honesto, lúcido y necesario. Incluso sabiendo que lo
que descubra puede resultar doloroso (se dice “versada en mi propia
oscuridad”), el ímpetu de su corazón la anima para descubrir qué significan
esos aullidos o recuerdos que laten en ella (“No hay droga que calme el clamor
que hay en mi interior”). De ahí que sus versos se llenen de maternidades
dolorosas, momentos graves de silencio mientras mira alrededor, recuerdos
lacerantes, reflexiones de hondo calado sobre el transcurrir de los relojes (“El
tiempo, vasto y misterioso, me cubre”), lágrimas oscuras cuando se pierde a una
persona amada (conmovedor el poema Sirio destella), observaciones sobre
la amargura que puede deparar el arrabal de la senectud (otro poema conmovedor:
El jubilado)…
Erguida
sobre la solidez de una mirada inteligente y firme, María Pilar Conn (que se
encuentra auxiliada por Diego, su Teseo particular) vive y reflexiona sobre el
vivir, camina y reflexiona sobre el caminar (“Despacio, hacia delante. / Sigo…”).
Y convierte esas meditaciones en unos versos que esta edición de Cuadranta nos
entrega, con un prólogo estupendo del también poeta Manuel Madrid.
Para no perdérselo.
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