Con
un arranque cuyo optimismo quizá ha limado el transcurrir de las décadas (“Doy
por hecho que toda persona instruida mostrará cierto interés en conocer la
historia personal de Immanuel Kant”), el británico Thomas de Quincey
empieza a contarnos cómo fueron los últimos días del filósofo de Könisberg, una
de las mentes más deslumbrantes y seductoras de la Historia. Para ello, el
escritor se auxilia con las memorias de
Ehregott
Andreas Christoph Wasianski (1755 -
1831), un teólogo alemán que convivió estrechamente con el filósofo en sus
últimos tiempos; y utiliza también los “testimonios colaterales de Jachmann,
Rink, Borowski y otros” (p.14).
Uno
de los primeros elementos que ocupan su atención son las cenas que Kant
organizaba en su casa, en las cuales un número variable de personas quedaban
citadas para compartir no solamente alimentos, sino también unas horas de
charla y de intercambio cultural (“En la mesa de Kant, los temas de
conversación afloraban principalmente de la filosofía, de la ciencia, de la
química, de la meteorología, de la historia natural y, sobre todo, de la
política”, p.20). Eso sí: jamás admitió la ingesta de cerveza, que se le
antojaba una bebida tan desagradable como venenosa. Al final de la velada, el
filósofo siempre salía a pasear, procurando respirar solamente por la nariz (puesto
que consideraba esta práctica el remedio contra la tos, la ronquera y el mal
estado de los pulmones).
También
nos resume De Quincey la disciplina inquebrantable de sus costumbres
(levantarse a las cinco de la mañana, beber té y fumarse una pipa al día,
quedarse con la mirada fija en la vieja torre de Löbenicht), así como las
peculiaridades de su condición física (su extrema delgadez lo llevaba a no
sudar prácticamente nunca; la progresiva degradación de sus ojos lo martirizó
en sus semanas finales; su forma de hablar se volvió confusa en su última
quincena de vida). Además, si acuden a la página 76 de esta edición (la que
traduce Julia García Olmedo para el sello Firmamento) descubrirán el modo
dulce, conmovedor y mágico en que Kant se despidió, al borde de la
inconsciencia, de su amigo Wasianski; y si avanzan hasta la página 77
descubrirán cuáles fueron las últimas palabras que pronunció el autor de la Crítica
de la razón pura.
Un libro delicioso y, sin duda, muy recomendable.
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