Recordemos
esquemáticamente el argumento de esta novela de Julio Llamazares: tras la
muerte del periodista Manuel Castro, que desarrolló toda su carrera en un
periódico provincial (del que incluso llegó a ser director), su antiguo
discípulo César, que ahora es un escritor de éxito, vuelve a la localidad y
descubre varios elementos sorprendentes, que corregirán la imagen que tenía de
su amigo: el primero, que sí que se conserva una copia de la única novela que
su mentor publicó en vida (y que la censura franquista se cargó de manera
fulminante); el segundo, que Manuel Castro, pese a lo que pregonó a los amigos
y a la familia durante décadas, siguió escribiendo después de aquel revés: la
viuda y las hijas acaban de encontrar en un armario varias novelas suyas y una
obra de teatro. Las preguntas, como es lógico, empiezan a surgir: ¿por qué
mintió Manolo? ¿Por qué siguió escribiendo de forma secreta y guardó bajo llave
aquellos textos?
Como
se puede apreciar, este punto de arranque nos ofrece una propuesta en la que el
escritor puede moverse a su antojo para construir una trama donde la intriga
(por un lado) y la formulación de hipótesis psicológicas o actitudinales (por
otro) nos permiten suponer que estamos a punto de adentrarnos en una novela de
elevado magnetismo. Por desgracia (admiro enormemente a Julio Llamazares y me
fastidia admitirlo), no es así. Con una técnica casi circular, en la que el
autor da vueltas y vueltas, y repite y repite y repite las mismas cuestiones
una y mil veces (¿por qué mintió Manolo? ¿Por qué mantuvo a la familia en ese
engaño?), sin apenas variantes o matices, la sensación de remolino marea y no deja
avanzar. Es como si el novelista estuviese inflando una historia de treinta
páginas ad náuseam. Y cuando se llega al final y se producen las “revelaciones”
ya casi no sorprenden, porque el lector se ha formulado la respuesta por sí
mismo y los levísimos matices de la misma se perciben como purpurina: adorno
inane.
Repito:
me produce mucha tristeza escribir estas líneas, porque he leído con gran
admiración varios libros de Julio Llamazares y leeré, con total certeza, los
que me faltan. Pero debo consignar lo que esta novela me ha parecido. Se puede
decir que Homero dormita alguna vez, sin perder el respeto ni la gratitud por
todo lo que nos dio antes.
Estoy seguro de que en mi próximo abordaje, el narrador leonés vuelve a cosechar mi aplauso.
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