El
matrimonio formado por Avelino y Rosenda no puede ser más calamitoso: él es un
trapero malhablado y miserable que, a fuerza de explotar a los pobres, ha
conseguido una buena prosperidad económica; ella, una avarienta reprimida, que
tiene una hija (Virginia) de su primer matrimonio, que ahora está acogida en
casa. Junto a ellos, vive Fau, un jayán con una evidente discapacidad psíquica,
quien acaba de descubrir por boca de Rosenda que es hijo secreto de don Avelino.
El pobre infeliz está enamorado de Virginia y tolera de mala gana el hecho de
que a la chica quieran casarla con el afilador.
En
ese hogar miserable que se ubica en el Pirineo hay, escondida tras un armario,
una caja fuerte en la que don Avelino guarda todo su dinero y que se abre con
una llavecita. El viejo la guarda con recelo y la protege incluso de las
asechanzas de su mujer, de quien no se termina de fiar, llegando a las amenazas
físicas cuando ella se la pide con demasiada insistencia (“No me importa que me
pegues, pero que sea con motivo”). En una de esas trifulcas, una botella se
estampa contra el cráneo del trapero, quien queda tumbado e inconsciente: es la
ocasión perfecta para que madre e hija convenzan al retrasado Fau de que la
llave del dinero se encuentra en el estómago del “cadáver”. El inocente,
cargando con el cuerpo y agarrando un cuchillo, sale al exterior para labrarse,
sin saberlo, su desgracia.
Esta
novela, firmada por Ramón J. Sender en Zaragoza a la asombrosa edad de 13 años
y reescrita en los Estados Unidos seis décadas después, nos dibuja una acción
mezquina y agria, con personajes extraordinariamente dibujados, casi
valleinclanescos.
Búsquenla.
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