martes, 5 de diciembre de 2023

Saga de los suburbios

 


El matrimonio formado por Avelino y Rosenda no puede ser más calamitoso: él es un trapero malhablado y miserable que, a fuerza de explotar a los pobres, ha conseguido una buena prosperidad económica; ella, una avarienta reprimida, que tiene una hija (Virginia) de su primer matrimonio, que ahora está acogida en casa. Junto a ellos, vive Fau, un jayán con una evidente discapacidad psíquica, quien acaba de descubrir por boca de Rosenda que es hijo secreto de don Avelino. El pobre infeliz está enamorado de Virginia y tolera de mala gana el hecho de que a la chica quieran casarla con el afilador.

En ese hogar miserable que se ubica en el Pirineo hay, escondida tras un armario, una caja fuerte en la que don Avelino guarda todo su dinero y que se abre con una llavecita. El viejo la guarda con recelo y la protege incluso de las asechanzas de su mujer, de quien no se termina de fiar, llegando a las amenazas físicas cuando ella se la pide con demasiada insistencia (“No me importa que me pegues, pero que sea con motivo”). En una de esas trifulcas, una botella se estampa contra el cráneo del trapero, quien queda tumbado e inconsciente: es la ocasión perfecta para que madre e hija convenzan al retrasado Fau de que la llave del dinero se encuentra en el estómago del “cadáver”. El inocente, cargando con el cuerpo y agarrando un cuchillo, sale al exterior para labrarse, sin saberlo, su desgracia.

Esta novela, firmada por Ramón J. Sender en Zaragoza a la asombrosa edad de 13 años y reescrita en los Estados Unidos seis décadas después, nos dibuja una acción mezquina y agria, con personajes extraordinariamente dibujados, casi valleinclanescos.

Búsquenla.

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