Cuando
reflexionaba sobre la médula de este libro, sobre el asunto principal que trata
(el leitmotiv, que dicen los wagnerianos), fui anotando en una ficha todos
aquellos “temas” que nutren y construyen esta espléndida colección de relatos:
el dinero, la hipocresía, la traición, las torpezas de la condición humana, los
miedos, los esplendores, las rupturas sentimentales, los chantajes, el amor, la
vileza… Al final, con una lista tan extensa como variopinta, tuve que
resignarme a concluir (o quizá llegué a la lucidez de concluir) que esta obra
trata de la vida. De todas las vidas. De la Vida. Y que lo hace con una
hondura, y con una delicadeza, y con un desgarro, y con un tino solamente
esperables de un observador inteligente. Da la impresión de que Pedro Ugarte
contempla la realidad desde un ventanal muy elevado y cristalino, como el
panóptico de una prisión; y que su entorno se convierte entonces en un
cubreobjetos sobre el que bullen y en el que aman, odian y se agitan sus
criaturas, que pronto serán las nuestras. No hablo de frialdad (que nadie se
confunda o me malinterprete), no hablo de asepsia, no hablo de crueldad de
pantócrator, sino de algo mucho más interesante y desde luego más literario:
una mirada bistúrica, unos ojos que chequean, un cerebro que diagnostica, un
corazón que escribe.
Y
qué prosa, por Dios. No cabe más elegancia. No cabe más musicalidad apolínea.
No cabe más absorbente ritmo. A veces, nos hablará de un escritor fracasado (con
título de economista), que sobrevive gracias a la largueza inverosímil de su
rico amigo Zabala (“El invitado”); a veces, se centrará en un infatigable prestidigitador
de la palabra, que maneja su verbo para salir de las situaciones más cenagosas
que se puedan imaginar (“Mentiras aprendidas”); a veces, trazará para nosotros
con pulso firme el desolador dibujo que aparece cuando se traicionan los
ideales (“Soldados del Ejército Rojo”); a veces, nos acercará al complejo
problema del terrorismo etarra, desde la figura de un profesor que convierte su
delicada condición de víctima en un salvoconducto chantajista para medrar y
fortalecerse en la intransigencia y la infamia (“La amenaza”); y a veces, en
fin, no dudará en recurrir al humor para presentarnos a un personaje que se
maquilla con cemento para tener la cara más dura (“Mañana será otro día”).
Hay que acudir a los libros de Pedro Ugarte, porque siempre emana de ellos una luz literaria de primer orden, que nos reconcilia con la mejor prosa del momento. Yo no me canso de frecuentarlos. Y siempre salgo gozoso de la aventura.
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