Entre
mis recuerdos de infancia se encuentra el delantal negro que siempre llevaba mi
abuela, y en cuyo bolsillo guardaba un trozo de pan (esas previsiones tristes
de quien ha pasado mucha hambre en la guerra) y una estampa con un Niño Jesús y
un cordero. Esa imagen, que a mí me parecía muy hermosa y cuya paternidad
artística ignoraba, era “El Buen Pastor”, de Bartolomé Esteban Murillo. Así que
imagínense con qué orgullo y con qué ternura he leído la obra divulgativa que
le tributa Enrique Valdivieso y que ahora traigo a mi Librario.
Para
empezar a situarnos ante el panorama de la época, el profesor vallisoletano nos
cuenta que la ciudad de Sevilla se encontraba, durante el reinado de Felipe II,
en un período de decadencia económica, que se vio endurecida en 1649, cuando se
extendió por ella una epidemia de peste que redujo a la mitad su población y
sumió a los supervivientes en unos años de hambre y religiosidad. En ese
ambiente surge la figura de nuestro pintor, que rellenó con sus imágenes sacras
el corazón y los ojos de quienes necesitaban consuelo divino y esperanza para
el porvenir. Casado en 1645 con Beatriz de Cabrera y padre de, al menos, diez
hijos, Murillo desarrolló una enorme capacidad de trabajo, que permitió a los
suyos llevar una vida desahogada. Viudo desde 1663, jamás consintió volver a
casarse. En la actualidad, se ignora donde reposan sus restos.
Durante
todos los años en que se mantuvo activo, el pintor sevillano recibió un elevado
número de peticiones para pintar lienzos, aunque probablemente el contrato más
espectacular fue el que recibió por parte de la iglesia de los Capuchinos, que
le encargó no solamente el retablo del altar mayor, sino también los que adornaban
las capillas laterales del templo. Otra de las egregias personas que
requirieron sus servicios fue el famoso Miguel de Mañara (seguro que recuerdan
los versos de Antonio Machado: “Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he
sido”), que le encomendó la realización de seis pinturas alegóricas.
Igualmente
nos informa Valdivieso con puntualidad de las dimensiones que llegó a adquirir
la rapiña del mariscal napoleónico Jean-de-Dieu Soult, que arrambló
avariciosamente con todo lo que pudo durante su paso por España, para mayor
gloria de su enriquecimiento personal, bajo socorridas excusas bélicas.
Una
obra útil y entretenida, en la que el profesor Enrique Valdivieso nos ofrece un
admirable recorrido por la biografía y las obras del pintor andaluz.
Muy recomendable.
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