De
vez en cuando, sin poder preverlo, un libro maravilloso cae en nuestras manos y
es tan distinto de la marea uniforme de los demás libros que dan muchas ganas
de decirlo en voz alta y por escrito. Me acaba de suceder con El sueño de
Leteo, de Vicente Cervera Salinas (Renacimiento, 2023), un volumen
delicadísimo y enérgico que se encuentra atravesado (es mi impresión) por
numerosas claves personales, por enigmas íntimos que solamente los dos
protagonistas podrían iluminar con sus explicaciones, aunque (y esa es también
mi impresión) hay luz que se filtra y emerge a través de las grietas; y esa luz
se convierte en palabras, en dolor, en añoranza, en memoria. Se nos habla de
una relación intensa, que poco a poco se fue erosionando con el paso del
tiempo, aunque la voz poética se niega a la claudicación del olvido (“Mas no
caeré en la odiosa cobardía, / la que me obliga a renunciar a ti”), porque
resultaría ingrato, quizá imposible, abandonar todas las imágenes de aquel
esplendor que fulgió en el pasado (“Inmenso fue el amor. / Inmenso sin apenas
saberlo. / Tanto más henchido en tu inocencia. / No importa que más tarde se
hundiese”). Queda de aquel crepitar de llamas un reino de troncos aún cálidos,
que conservan el rojo y la memoria, tocando casi “la piel de esta soledad” que
ahora rodea al poeta.
El
amor, que es muchas cosas, es también apertura al otro, adecuación cordial y
hermanamiento de almas (“[…] Entrabas / conmigo en los museos y yo escuchaba /
a Prince y a Iggy Pop”). Pero, desde que los caminos comenzaron a separarse, la
voz poética ha descubierto que se halla en un manglar de dudas, en un tiempo de
gelidez y expiación donde los versos, a veces, son cuchillos encabalgados que
hieren el alma. “Lo que pudo haber sido / transparencia pura, cristalina
verdad” es, contemplándolo ahora, un reino desvanecido, que pierde de forma
paulatina sus colores originales.
Durante
este viaje lírico, lleno de belleza y sinceridad, Vicente Cervera Salinas nos
entrega poemas absolutamente memorables, de los cuales yo destacaría dos, que
me han emocionado de una forma especial: “Anima dannata” (uno de los más
hermosos retratos de amor que recuerdo haber leído) y “Rosas y apotegmas” (una
composición dedicada a su padre, que sin duda le haría sentirse orgulloso y
feliz).
“Deseo respirar la luz del tiempo / en la compañía de algunos libros”, nos dice el poeta en la página 39. Mientras recorría las hojas de El sueño de Leteo, yo he sentido que respiraba la luz del tiempo, la auténtica luz del tiempo, la inefable luz del tiempo: un privilegio comunicativo que solamente los poetas de verdad (como Vicente Cervera) alcanzan.
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