No
recuerdo cuándo llegó a mis ojos por primera vez el nombre de Héctor Abad
Faciolince, ni quién lo invocaba. Lo que sí recuerdo es que, desde entonces,
han sido seis o siete las ocasiones en que ha vuelto a aparecer ante mí,
siempre con la etiqueta de narrador espléndido, de cuentista y novelista
admirable. Así que cuando hace unos días caminaba por los pasillos de la
biblioteca Salvador García Aguilar, de Molina de Segura, buscando obras que
llevarme a casa y apareció este libro ante mi cara, me dije: “Ya. Hoy”. La
decisión fue atinada: el libro es muy bueno. Estoy hablando de El amanecer
de un marido (Seix Barral), entre cuyas páginas he podido encontrar un
catálogo muy variado de historias, todas ellas (salvo “Novena”, a la que no
conseguí tomarle gusto) memorables: el hijo que come todos los jueves con su
madre en el asilo donde está ingresada y que, por un despiste, no acude una vez
(“Álbum”); el matrimonio que viaja hasta una exótica playa y se enturbiará con
una infidelidad flagrante (“La fiebre en Tolú”); la mujer que decide abandonar
a su marido para que él rehaga su vida cordial cuando aún hay tiempo (“En medio
del camino de la vida”); la más hermosa carta de suicidio que pueda soñar la
imaginación humana (“Memorial de agravios”); la desolación lánguida con la que
un marido descubre en el correo electrónico el adulterio de su esposa con un
amigo común (“Alguien oculta algo”); las citas literarias que el autor
secuestra a Manuel y Antonio Machado, José Asunción Silva y otros autores para
introducir sigilosamente en un relato (“Mantis religiosa”); la forma en que el
atractivo físico puede desembocar en una tragedia doble (“Juventud, divino
tesoro”); las sorpresas que puede encontrarse un pobre periodista cuando compra
el suntuoso piso de un narcotraficante que fue asesinado a balazos en su salón
(“La guaca”); los tonos melancólicos que impregnan el regreso a Turín de un
maduro profesor cuya esposa lo está traicionando; o (y no se pierdan este
relato por nada del mundo) las sobrecogedoras páginas que redacta un escritor
antes de que (o para que no) vengan a matarlo los descontentos con sus
publicaciones en prensa, sean paramilitares, millonarios, gobierno o narcos.
Sí, Héctor Abad Faciolince es un fantástico narrador. Ahora lo puedo decir con la autoridad breve que me da haber leído un libro suyo. No será el último.
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