domingo, 12 de noviembre de 2023

El cementerio marino

 


Aunque mi conocimiento de la lengua francesa es muy mediocre (o precisamente por ello), he elegido para leer El cementerio marino, de Paul Valéry, una edición bilingüe. Y he optado, cómo no, por la traducción de Jorge Guillén, poeta al que leí con fruición durante mi carrera de Filología Hispánica (y al que, vaya por Dios, no tengo en este Librario íntimo: habrá que remediarlo, más pronto que tarde).

Vayamos rápidamente al asunto: ¿he entendido la obra de Valéry? Yo creo que no. Pero, dándome un paseo por diferentes lecturas del poema, me parece que es una confesión que podríamos hacer muchos, sin desdoro ni vergüenza. No cabe duda de que un texto tan ambiguo, tan lírico, tan sinuoso, admite plurales y aun contrapuestas interpretaciones. De ahí que afirmar que yo lo he “entendido” se me antoja aventurado. Sí diré que lo he leído en voz alta, a solas, y que luego he ido deslizando mis ojos de cada verso francés a cada verso español. Creo haber sido muy respetuoso y muy humilde.

Veamos el primer verso del poema. Paul Valéry escribe: “Ce toit tranquille, où marchent des colombes”. O sea, “Ese techo tranquilo, por donde caminan palomas”. ¿Cómo lo vierte Jorge Guillén? “Ese techo, tranquilo de palomas”. Qué maravilla. Ese techo, tranquilo de palomas. Salvo que yo sea muy obtuso, el de Valladolid ha mejorado (y lo digo con todo el respeto) al de Sète. Desde ese instante, un lector ecuánime tendrá clarísimo que no se enfrenta al texto de un poeta, sino al de dos, el segundo de los cuales a veces alterará el orden de los hemistiquios, porque lo juzga necesario para el ritmo de la traducción (“La vie est vaste, étant ivre d’absence”, del fragmento XII, se convierte en “Ebria de esencia al fin, la vida es vasta”) o duplicará una exclamación de Valéry, por mor de la eufonía (“Ah! Le soleil… Quelle ombre de tortue”, del fragmento XXI, queda como “¡Oh sol, oh sol! ¡Qué sombra de tortuga!”).

No, no creo haber penetrado en el mensaje absoluto de Valéry, pero eso me obliga (gratamente me obliga) a un compromiso: volver a la obra dentro de unos años e intentarlo de nuevo. A veces, la poesía se recibe; a veces, se conquista. Yo no voy a darme por vencido con tanta rapidez.

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