domingo, 31 de diciembre de 2023

Un mundo que agoniza

 


Sabemos que la vida humana en la Tierra (no la individual, sino la vida de la especie) tiene fecha de caducidad, porque la combustión interna del Sol, en último extremo, terminará por generar una absorción del planeta en la masa estelar. Pero como faltan millones de años para que tal situación cósmica llegue a producirse y los seres humanos andamos cortos de paciencia y largos de curiosidad, he aquí que llevamos unas décadas empeñados en acelerar el proceso de destrucción, al menos en lo que se refiere a nuestra propia especie. “Pueblos del mundo, extinguíos”, cantaban los integrantes de Siniestro Total; y caminamos con orgullo y velocidad creciente hacia ese destino inmolador. Miguel Delibes, hombre y prosista lleno de silencios, reflexiones y análisis, supo verlo con nitidez durante toda su vida, y por eso lleva su firma el volumen Un mundo que agoniza, donde se nos habla de la estupidez, la cerrilidad, la vocación suicida, la inaudita irreflexión y la soberbia del ser humano, que se ha adentrado por un camino sin retorno (y que se acelera en una vertiginosa cuesta abajo) que terminará por conducirlo a la hecatombe.

Rota la vinculación natural del hombre con el medio, no queda sino rapiña, torpe explotación y ceguera, que ya podemos ver reflejadas en el estado de nuestros mares, nuestra atmósfera y nuestros organismos, atiborrados (silenciosa, pero universalmente) de productos tóxicos, que minan nuestra salud y la de nuestros herederos. Queremos más, queremos rápido y queremos siempre: tres avaricias insoportables para una despensa finita, que está siendo esquilmada. Cuando el equilibrio ecológico ya no podía soportar más el humo de las fábricas, tuvimos la imprudencia de querer coches para todo y para todos; y luego quisimos aviones; y luego ordenadores; y luego móviles; y luego táblets; y luego patinetes. Nuestra voracidad contaminante y envenenadora (vertidos petrolíferos al mar; residuos nucleares enterrados donde no nos dicen; pesticidas en toda la fruta que tomamos; mercurio y alquitrán en nuestros pulmones, aunque no fumemos) viene siempre camuflada con los mensajes que nos envían los fabricantes y los políticos: no pasa nada. Todo es perfectamente asumible. Y fingimos creerlo, porque nos resulta más cómodo. Y nos compramos relojes con Bluetooth y con cuentapasos, para estar siempre bien geolocalizados. Y sonreímos cuando “el sistema” sabe dónde comemos, dónde dormimos, qué lugares hemos visitado y qué dinero destinamos a cada cosa. Por supuesto, nada de eso resulta preocupante, porque nos han dicho que no nos preocupemos. Fin del conflicto.

Delibes, sin vocación apocalíptica, nos avisa de que todo explotará pronto, pues la línea ha sido rebasada. Pero al acabar este libro suspiramos y cogemos uno de Paulo Coelho. Fin del conflicto.

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Los humanos tenemos un problema en relación a la evolución del mundo. Es que la Tierra va a velocidad distinta a la de los individuos particulares. Quiero decir que una persona vive más o menos 70 años y en ese breve período de tiempo el Mundo cambia relativamente. Sí, ya sé que ahora es más que evidente la rapidez con que todo va. Pero también es verdad que los gobiernos y empresas tienen montado el tinglado con vistas siempre a consumir; ahora toca -es necesario, lo sé- el coche eléctrico y para ello después de habernos dicho que los buenos eran los de gas-oil, luego los de gasolina Súper, más tarde los híbridos, etc., nos dicen que tiremos a la basura los anteriores y adquiramos uno eléctrico que no sabemos cuanto durará ni cuánto perjudicará al planeta si no su circulación sí su producción.
En fin, Rubén, que mejor nos iría si hubiera muchos más Delibes en el mundo, ¿no te parece?
Te deseo una fantástica entrada en 2024.
Un fuerte abrazo