viernes, 15 de diciembre de 2023

Chandrío en la plaza de las Cortes

 


El 23 de febrero de 1981, como bien recordarán muchas de las personas que lean esta reseña, se produjo un intento de golpe de Estado en España que, felizmente, pudo ser conjurado. Fueron unas horas terribles, en las que la recién inaugurada democracia sufrió un grave peligro de demolición a manos de unos militares que, añorantes del pasado fascista, pretendieron torcer un rumbo que, al fin, se mantuvo firme. Apenas un mes más tarde, el escritor Ramón J. Sender, que casi era octogenario, ya había terminado de redactar su obra Chandrío en la plaza de las Cortes, un retrato esperpéntico sobre aquel episodio traumático, en el que asistimos a la charla (crispada y variopinta) entre varios militares, periodistas y ateneístas, que debaten sobre el asunto junto a la estatua de Cervantes (llegan a escuchar su voz) y al lado de unos vendedores de churros (a los que aquí se llama “tejeringos”, al modo andaluz, para aprovechar el juego de palabras con Antonio Tejero, bigote visible del pronunciamiento).

Se recuerdan las aventuras conquistadoras de España en América (Hernán Cortés, Pizarro) y en Europa (Pavía, Lepanto), intentando encontrar la conexión con los sucesos recientes. Algunas veces, las argumentaciones y ejemplos resultan delirantes, y así lo asume el propio autor (“El diálogo se desviaba por las periferias del disparate”); pero en otras se alcanzan puntos de extremada sensatez (“No nos dejemos amedrentar por la aparente confusión de los tiempos y tratemos de comprender y no de destruir a nuestros vecinos”). Al final, el novelista aragonés concluye que, en ese escándalo de tiros, gritos e imposiciones, “lo mejor de todo es la actitud del rey. No hay duda de que se gana su reinado por las buenas, como debe ganárselo un rey cada día de su importante vida. El pueblo español le debe gratitud”.

En síntesis, el análisis de Sender es sumamente lúcido y se puede condensar en este párrafo de la página 91: “Los sublevados quieren retroceder en la historia. Siempre los débiles quieren retroceder porque avanzar por la selva virgen del mañana es más difícil que regresar sobre los propios pasos ya sabidos. Pero olvidan los débiles que nada en el universo retrocede nunca y que lo mejor que Dios ha hecho (como dicen los campesinos en Puerto Rico) es “un día después del otro”. En las Cortes democráticas españolas saben eso muy bien. Y avanzan hacia un mañana mejor o por lo menos no tan lóbrego y sangriento como ayer”. Es admirable que estas palabras tan comprensivas y tan desprovistas de rencor fueran escritas por el hombre cuya esposa fue fusilada en 1936 por los abuelos de aquellos irresponsables.

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