Decía el perspicaz Francisco de
Quevedo que no vemos nunca al ser humano que tenemos delante, sino que vemos
solamente sus heridas. Quizá podríamos completar la sentencia barroca afirmando
que, por detrás de las heridas, latiendo en lo más hondo y quizá explicándolas,
suelen encontrarse nuestras pasiones. Esas pasiones constituyen la médula de
nuestro ser, el torrente sanguíneo que nos mantiene con vida, respirando,
latiendo. El problema es que, la mayor parte de las veces, esas pasiones
constituyen un hálito invisible, que no puede ser observado a simple vista y
que, en ocasiones, ni siquiera nos atrevemos a verbalizar. Marcos, el
protagonista y narrador de la novela El último guerrero (que firma el
periodista y escritor malagueño José Antonio Sau), constituye un ejemplo
clarísimo de cuanto queda apuntado. En apariencia, es tan sólo un niño (y
después un adolescente) que sufre graves episodios de acoso escolar por su
condición de huérfano (su padre murió faenando en alta mar), su exceso de peso
y sus estupendas calificaciones; pero también es un ser humano que, protegido
por los novios Fabián y Marta, no puede evitar sentir envidia y celos del
primero, así como un profundo amor por la segunda. En esa cruel situación, que
se prolonga durante años, siente que su alma se encuentra resquebrajada: su
gran amigo es su gran verdugo; su gran amiga es su gran paraíso inaccesible. Y
la situación explotará cuando descubra que Fabián es, según le reconoce Marta
entre lágrimas, un ser agresivo y libidinoso, que pretende mantener relaciones
sexuales para las que ella aún no se considera preparada.
Con un eficaz engranaje
novelesco, donde brillan varios personajes poderosos (el Capitán, la madre del
narrador, los extorsionadores Pocaplaya y Pippen), José Antonio Sau nos plantea
una honda reflexión sobre la forma en que administramos nuestras admiraciones y
nuestros desdenes, que no siempre eligen con tino y justicia a la persona hacia
la que se dirigen; y urde una tela de araña en la que consigue atrapar a los
lectores, haciendo que su angustia crezca a la par que crecen las indecisiones
de Marcos y sometiéndolos (tanto a los protagonistas como a los lectores) a una
tensión punto menos que insoportable, sobre todo cuando advertimos cómo el
chico está a punto de acometer una acción que nos provoca rechazo, porque
comprometerá su futuro.
Siempre me ha gustado mucho
este narrador. Y también esta vez lo ha hecho.
Búsquenla para Navidades.
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