Me gusta, con periodicidad,
acudir a los clásicos para seguir encontrando en ellos noticias curiosas sobre
el mundo antiguo o sobre los pensamientos y obras de sus habitantes. Y hoy, en
esa línea, me aproximo hasta La república de los lacedemonios, de
Jenofonte, que consulto en la edición bilingüe que prepara la profesora María
Rico Gómez para el Instituto de Estudios Políticos de Madrid. En sus páginas,
el historiador griego nos comunica su estupor por la extraordinaria importancia
que ha cobrado la pequeña sociedad de Esparta; y se propone analizar sus
causas, que sin duda hay que atribuir a la gestión de Licurgo, un legislador
que puso su máximo empeño en evitar la molicie entre sus conciudadanos.
Así, nos explica que las
mujeres (lejos de ser consideradas seres débiles o inferiores) son obligadas a
someterse a unos agotadores ejercicios físicos, que las conviertan en madres
sanas. Igualmente se propugna que sean vigorosos sus maridos, quienes, en el
caso de ser viejos, pueden buscar jóvenes adecuados para que fecunden a sus
esposas y les permitan tener descendencia adecuada. Los niños, por su parte,
habrán de ir descalzos, para endurecer sus pies; también habrán de pasearse con
poca ropa, para que sus cuerpos se habitúen a las inclemencias meteorológicas;
y ser alimentados de forma parca (curiosamente, se les permite robar comida,
aunque se prevén castigos ejemplares para los torpes que sean descubiertos).
Los mozos habrán de someterse a disciplinas atléticas, que curtan sus músculos
en la disputa y la rivalidad. Y los adultos habrán de celebrar sus comidas en
público (para crear lazos cívicos aún más sólidos) y dejarse el cabello largo.
Licurgo, tras concebir estas
normas, tuvo la idea (así nos lo explica Jenofonte) de acudir a Delfos para
comprobar si resultaban justas; y, refrendadas por los dioses, el legislador
acabó “declarando no sólo ilegal sino impío también desobedecer las leyes
confirmadas por el oráculo” (sección VIII). De tal forma que ese conjunto de
medidas “procuró de modo bien claro y seguro la felicidad a los valientes, la
infelicidad a los cobardes” (sección IX).
Un opúsculo sumamente interesante para conocer la forma de vida de aquel pueblo pugnaz, cuya memoria ha sobrevivido al paso de los siglos.
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