Estoy
convencido de que el cuándo y el dónde se lee un libro interviene de forma
poderosa en la percepción que tenemos de él. Yo he leído este libro de Soledad
Puértolas en vísperas de Navidad, en un día nublado y recordando intensamente a
mi propia madre. De tal modo que no sería capaz de afirmar que la obra es, en
sí misma, “buena”, porque quizá son demasiado poderosos los condicionantes (las
circunstancias, que diría Ortega y Gasset) que lo han rodeado. Tampoco creo que
la escritora zaragozana intentara escribir un buen libro, sino una obra
que iba mucho más allá: un libro necesario (y me refiero, obviamente, a
necesidad personal, anímica, que es quizá la única que importa en estos casos).
Desde la primera hasta la última de las páginas, Puértolas nos ha ido
entregando un álbum de recuerdos, un balance emocional, un libro de actos y de
actas: la enfermedad que la unió durante semanas a su madre en una misma
habitación, mientras era niña; el modo en que descubrió la lectura con la
gallina petirroja; las fotografías que le siguen recordando los perfiles y
modos de aquella mujer elegante, cada vez menos silenciosa, de piernas
perfectas y elegancia intrínseca; las estancias en los Estados Unidos o
Noruega; el traje de novia que quiso heredar de su progenitora y que, con los
nervios y aceleraciones de su propia boda, se le olvidó pedirle; las
innumerables cajitas de Saridón que le enviaba su madre para que Soledad
tuviese siempre sus medicinas disponibles… y también algunos desencuentros o
desavenencias, que la memoria quizá magnifica.
Un tomo tierno, sereno, confidencial, que he leído con agrado y con un punto de inevitable melancolía.
1 comentario:
Una lectura muy apropiada para un día de Navidad, fecha familiar por antonomasia.
Soledad Puértolas, desde que leí su "El bandido doblemente armado", es una escritora que me gusta mucho.
Un abrazo y Feliz Nochebuena, Rubén
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