Ningún
libro verdadero (y mucho menos un poemario verdadero) puede ser
resumido atribuyéndole un sentido, un significado, un mensaje único. Ese tipo
de etiquetas puede funcionar ocasionalmente con los volúmenes comerciales, pero
no con la literatura que brota del corazón, del silencio, del desgarro, porque
este tipo de obras se asemejan al estallido del Big Bang: generan una explosión
en todas direcciones que resulta imposible de abarcar. Los ojos del lector
(vale decir el ánimo del lector, el alma del lector, la inteligencia del
lector) se posa sobre uno de los rayos y, creyéndolo revelador, lo explora de
principio a fin. Su visión, desde luego, es auténtica, pero limitada,
porque no ha sido capaz de seguir los rayos que, igualmente reveladores e
igualmente auténticos, se expanden en las otras direcciones. El lector perfecto
(el lector imposible) tendría que ser cuántico.
Paseándome
por los versos de Trayectorias, primer volumen poético que publica
Marisa Morata Hurtado (Nautilus Ediciones), he sentido que, cada vez que la iba
acompañando en una dirección (temática o emocional), me distanciaba de otra
posible dirección, seguro que igual de importante. No es algo que pueda ser
evitado. Quizá por eso Trayectorias, esta hermosa entrega bilingüe en
francés y español que prologa con majestad y sabiduría el poeta José Daniel
Espejo, requiere ser leída varias veces, en momentos vitales distintos. Y con
el conjunto de todas las lecturas ir fraguando “la lectura” (que, ay, siempre
estará incompleta). “Callo varias veces al día / lo que quiero decir”, escribe
la poeta en la página 85. Y tú sientes la necesidad imperiosa de descubrir cuál
es la causa de ese silencio, cuáles sus dimensiones, qué significan los siete
vasos sin vino que reposan en una barra, qué son las yeguas que galopan y quizá
sean perseguidas por los lobos, qué mujeres caen desde cielo como piedras.
“Si se toca lo invisible” (escribe la autora en la página 57) “la tierra tiembla en los cimientos y llueven cenizas de lo alto”. Tengo la impresión, después de leer con calma y con admiración este libro, de que Marisa Morata ha tocado en efecto lo invisible, pero que la lluvia resultante de su proeza emocional no son cenizas, sino poemas. Poemas que giran alrededor del verso que, no sé cómo explicarlo, me ha parecido el centro de todo el volumen: “Yo tengo un peso de nieve en el corazón”. La Belleza puede ser liviana y, a la vez, durar para siempre. En este delicadísimo y maduro Trayectorias queda patente esa verdad cristalina.
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