sábado, 6 de agosto de 2022

Volar a casa

 


No necesito avanzar demasiadas páginas en un libro para saber si su autor es alguien, para mí, admirable. Lo detecto con cierta rapidez. No sabría explicarlo con demasiada objetividad o aduciendo razones comprensibles: es algo más bien químico, más bien sensorial, más bien arquitectónico. Quizá se deba (no lo sé) a mi educación literaria, a esas décadas que llevo degustando libros y separando el grano de la paja cada vez con mayor exactitud y velocidad. Pero supongo que es algo que le ocurrirá también a un melómano: no necesitas escuchar una sonata completa de Vivaldi para emocionarte: lo adviertes desde la primera página de la partitura. Cuando leí Manual de jardinería (para gente sin jardín) me dije, de forma casi inmediata: “Sí. Este es uno”. Y ahora que me sumerjo en Volar a casa confirmo la intuición: Daniel Monedero es un narrador que me gusta, que me encanta, que me fascina, que me convence. El ritmo de su prosa, su lirismo constante y eficaz, su tono, el vigor tenue y a la vez sólido de sus personajes se unen para construir unos relatos que, sin excepción, me producen la embriaguez feliz que siempre persigo en los libros. Y esa sensación no puede en modo alguno circunscribirse a un aspecto especial de sus cuentos, sino al conjunto armónico, orquestal, de todos ellos.

Nos hablará de mujeres que se tatúan un pájaro por cada fracaso amoroso que almacenan en su corazón; de adolescentes que ocultan, tras su timidez silenciosa, un talento narrativo absolutamente luminoso; de ancianos que añoran a la esposa que falleció, y con la que esperan reunirse dentro de poco; de muchachas rebeldes que perdieron a su madre y que ahora afrontan una durísima enfermedad de su padre; de chicas ingenuas que se instalan en Nueva York para escribir allí el cuento perfecto; de lluvias misteriosas que no están formadas por gotas, sino por figuras de Kafka… Y, por si todo eso no resultara lo suficientemente atractivo, el escritor vallisoletano nos regala en “Alta literatura coreana” uno de los mejores finales de cuento que he leído en toda mi vida.

Inconmensurables: el autor y el libro.

Léanlo.

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