No
necesito avanzar demasiadas páginas en un libro para saber si su autor es
alguien, para mí, admirable. Lo detecto con cierta rapidez. No sabría
explicarlo con demasiada objetividad o aduciendo razones comprensibles: es algo
más bien químico, más bien sensorial, más bien arquitectónico. Quizá se deba (no
lo sé) a mi educación literaria, a esas décadas que llevo degustando libros y
separando el grano de la paja cada vez con mayor exactitud y velocidad. Pero
supongo que es algo que le ocurrirá también a un melómano: no necesitas
escuchar una sonata completa de Vivaldi para emocionarte: lo adviertes desde la
primera página de la partitura. Cuando leí Manual de jardinería (para gente
sin jardín) me dije, de forma casi inmediata: “Sí. Este es uno”. Y ahora
que me sumerjo en Volar a casa confirmo la intuición: Daniel Monedero es
un narrador que me gusta, que me encanta, que me fascina, que me convence. El
ritmo de su prosa, su lirismo constante y eficaz, su tono, el vigor tenue y a
la vez sólido de sus personajes se unen para construir unos relatos que, sin
excepción, me producen la embriaguez feliz que siempre persigo en los libros. Y
esa sensación no puede en modo alguno circunscribirse a un aspecto especial de
sus cuentos, sino al conjunto armónico, orquestal, de todos ellos.
Nos
hablará de mujeres que se tatúan un pájaro por cada fracaso amoroso que
almacenan en su corazón; de adolescentes que ocultan, tras su timidez
silenciosa, un talento narrativo absolutamente luminoso; de ancianos que añoran
a la esposa que falleció, y con la que esperan reunirse dentro de poco; de
muchachas rebeldes que perdieron a su madre y que ahora afrontan una durísima
enfermedad de su padre; de chicas ingenuas que se instalan en Nueva York para
escribir allí el cuento perfecto; de lluvias misteriosas que no están formadas
por gotas, sino por figuras de Kafka… Y, por si todo eso no resultara lo
suficientemente atractivo, el escritor vallisoletano nos regala en “Alta
literatura coreana” uno de los mejores finales de cuento que he leído en toda mi
vida.
Inconmensurables:
el autor y el libro.
Léanlo.
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